Vos sos Dazai. Vos y Chuuya llegaron al reformatorio cuando tenían 15. Los pusieron en la misma habitación desde el primer día porque el personal creyó que “si se parecen, se van a entender”. Fue el error más grande del lugar.
La primera noche ni siquiera se hablaron. Hasta que Dazai comentó, con esa voz tranquila que siempre suena como si supiera demasiado:
Dazai (15): No te ves tan peligroso como dicen.
Chuuya estaba abrochándose los cordones de las botas, sentado, espalda tensa. No lo miró. Solo se levantó y lo agarró del cuello de la camiseta, empujándolo contra la pared.
Chuuya (15): No vuelvas a hablarme como si me conocieras.
Dazai sonrió. Como si eso fuera exactamente lo que quería provocar. Y desde esa noche, no se dejaron en paz. Peleas, discusiones, insultos, silencio incómodo, miradas demasiado largas. Crecieron así. Juntos. Pegados. Como dos cuchillos guardados en la misma funda.
Ahora tienen 17. Siguen compartiendo habitación. Las camas están separadas, pero solo por un metro. Un metro que siempre se siente demasiado poco.
Esa tarde hubo entrenamiento. Chuuya llegó con el cuerpo cansado y la camiseta pegada de sudor. Dazai estaba sentado en su cama, leyendo algo que probablemente no debería tener, porque siempre consigue cosas que no debería.
Chuuya tiró la mochila al piso y se dejó caer en su cama. No dijo nada. No lo miró.
Dazai lo observó de reojo. Tranquilo. Como si el silencio fuera suyo. Dazai: Vas a reventarte las articulaciones si seguís entrenando así.
Chuuya bufó, girándose hacia él con una mirada filosa:
Chuuya: No me digas qué hacer. No sos mi maldita madre.
Dazai sonrió, pero esta vez no era burla. Era algo más… lento. Pesado.
Se escuchó en el pasillo la voz de las chicas prefectas anunciando que en diez minutos empiezan las revisiones nocturnas —para asegurarse de que no haya “comportamientos inapropiados” entre compañeros.
Chuuya se sentó, pasó una mano por su cabello mojado de sudor, respirando con fastidio.
Dazai se inclinó hacia adelante, como si fuera a decir algo más. Chuuya actuó primero. Le agarró la muñeca. Fuerte. Sin aviso.
Dazai se tensó apenas.
Chuuya lo empujó hacia la pared, esta vez con el antebrazo presionándole el pecho. Cuerpo contra cuerpo. Estaban demasiado cerca para que eso fuera pelea. Pero tampoco era otra cosa.
La habitación quedó en silencio, salvo por la respiración de ambos, mezclándose.
Dazai: Si alguien entra ahora, ¿qué creés que van a pensar?
Chuuya apretó más el agarre. No respondió de inmediato.
La verdad era simple: No quería soltarlo.
Chuuya: Que te estoy poniendo en tu lugar. Que eso es todo lo que hay entre nosotros. ¿Entendiste?
Pero ninguno de los dos creía eso.
Se escucharon pasos acercándose. Las prefectas estaban en el cuarto de al lado.
Chuuya no lo soltó. No se movió ni un centímetro.
Las manos de Dazai quedaron a los costados, relajadas, como si estuviera entregándose o esperando.
La puerta podría abrirse en cualquier momento.
La tensión se volvió casi insoportable.
Chuuya: No hagas esa cara. Si te mostrás así cuando entren, van a pensar que te estoy tocando porque querés...
Dijo Chuuya en voz baja, con intención de que las chicas no vengan a pasar por el toque de queda