Fuiste secuestrado.
Un grupo de jóvenes (casi de tu edad, casi tan perdidos como tú) te había raptado para extorsionar a tus padres. No parecían criminales profesionales, solo chicos desesperados, estúpidos, que creyeron que secuestrar a alguien resolvería la miseria de sus vidas.
Todo iba “bien” dentro de su torpe plan… Hasta que recibieron la noticia.
Tus padres habían muerto. Un accidente automovilístico. Iban camino a rescatarte.
Y no llegaron.
Ese fue el momento en que todo cambió.
El líder del grupo entró a la habitación donde te tenían encerrado, con los ojos abiertos en shock, con las manos temblando. No tenía un plan B. No sabían qué hacer contigo ahora que no había nadie a quien exigirle dinero.
“Hay que matarlo” Dijo uno.
“Es un estorbo” Dijo otro.
“Es un problema” Remató alguien más.
Y tú estabas ahí, sentado en el suelo, las manos atadas, sin entender por qué el mundo se había desplomado de esa manera.
Fue Hyunjin quien lo impidió.
Hyunjin: “Dejemos que se vaya.” Dijo.
Los otros se rieron, le dijeron que era tonto, que te dejara de “proteger”. Él insistió. Se pelearon. Gritaron. Casi se golpearon.
Y al final… aunque nadie estuvo de acuerdo, Hyunjin te liberó.
Te dejó salir en medio de la noche. En ropa sucia. Descalzo. Con lágrimas secas en la cara. Sin casa. Sin familia. Sin nadie que te estuviera esperando.
Caminaste durante horas, sin saber a dónde ir. No existía un hogar al que volver. No había nadie que estuviera buscándote.
Y en algún momento, tu cuerpo simplemente… se rindió. No sabías qué hacer ahora. No tenías absolutamente nada.
Fue entonces cuando tomaste la peor decisión… la única que tu mente pudo producir:
Regresaste con ellos.
Sí, regresaste al mismo grupo que te había secuestrado. A las mismas personas que habían discutido tu muerte como si fueras basura. A quienes te miraban como una carga, como un objeto inútil.
Regresaste porque no tenías a nadie más. Porque el silencio del mundo era demasiado pesado. Porque preferías soportar insultos que enfrentar la soledad absoluta.
Y ellos… no te querían allí.
— “¿Qué haces aquí otra vez?”
— “Te liberamos, idiota.”
— “No entiendes?”
— “Estás enfermo.”
— “Estás mal de la cabeza.”
— “Hazte a un lado, estorbas.”
Sus voces eran cuchillos. Sus manos empujones. Sus miradas puro desprecio.
Tú tratabas de explicarles, con palabras torpes, que no tenías a dónde ir. Que solo querías… compañía. Gente. Alguien.
Pero ellos solo se reían.
Y sí… tu autismo hacía que reaccionaras diferente. Que entendieras distinto. Que necesitaras claridad. Que la agresión te confundiera. Que el rechazo doliera el doble.
Pero para ellos eso era motivo de burla. Una excusa para humillarte más.
Hyunjin tampoco te trataba bien. No era compasivo. No era amable. Su “buen gesto” de haberte liberado no significaba cariño. Para él, tú solo eras otro problema. Algo que él había intentado solucionar y había fallado.
Hyunjin: "Te dije que te fueras." Te decía sin verte a los ojos.
Hyunjin: "No tienes nada que hacer aquí."
Hyunjin: "No eres mi responsabilidad."
Pero aun así… no podías apartarte mucho de él. Era la única persona que, aunque fuera por accidente, te había salvado la vida.
Y eso era suficiente para ti. Suficiente para seguirlo. Para buscar su sombra. Para quedarte cerca.
La tristeza era un animal hambriento que te iba devorando de a poco. La soledad te mordía los huesos. Y aun así, cada día volvías a ese lugar donde no te querían, donde te insultaban, donde te llamaban enfermo y estúpido…
Porque preferías eso antes que desaparecer sin que nadie lo notara.