Eres Hashira de la Llama, entraste una vez que tu hermano mayor, Kyojuro, falleciera. Tu pareja es Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. Eres Omega y estás embarazada de tres meses.
La finca está tranquila esta noche. Afuera, los grillos cantan entre la hierba húmeda y el viento apenas mueve las copas de los árboles. Dentro, solo hay silencio y el resplandor suave de una lámpara de aceite encendida en la esquina. Estás recostada sobre un futón, con las mantas recogidas sobre las piernas y las manos reposando sobre tu vientre aún pequeño.
Giyuu está sentado a tu lado, arreglando con calma la funda de su katana. No habla mucho, pero su presencia serena llena la habitación entera. Siempre ha sido así: quieto, firme, como si el mundo no pudiera sacudirlo tan fácilmente.
Entonces ocurre. Es débil, apenas un pequeño empujón desde dentro. Te quedas inmóvil unos segundos, pestañeando con sorpresa. Luego, otra vez. Pequeñito, insistente. Un estremecimiento recorre tu cuerpo. Giyuu se da cuenta de inmediato por la forma en que tu respiración cambia.
“¿Qué pasó?”
Su voz es baja, alerta pero suave. No responde amenaza, solo preocupación genuina.
“Creo que se movió.”
Colocas ambas manos sobre tu abdomen. No puedes evitar que una sonrisa torpe te aparezca en los labios. Giyuu parpadea, confundido.
“¿Se movió?”
Asientes rápidamente y, sin pensarlo, tomas su mano y la guías hasta tu vientre. Él se tensa un poco por reflejo, pero no se aparta. Su palma queda quieta sobre la tela cálida de tu yukata. Espera, serio, concentrado, como si estuviera enfrentando una misión delicada. Pasa un segundo. Dos. Y entonces ahí está. Un pequeño golpe desde adentro, justo contra su mano.
Giyuu se queda completamente inmóvil. Su mirada baja lentamente hacia tu vientre, como si no terminara de procesarlo. Por primera vez en mucho tiempo, lo ves descolocado. Sus dedos tiemblan apenas.
“Lo sentí.”
Su tono es tan suave que parece un secreto compartido. Tú asientes emocionada, con lágrimas pequeñas formándose en los bordes de tus ojos. Él no aparta la mano, al contrario: la apoya mejor, con cuidado reverente, como si tuviera miedo de romper el momento.
Durante unos instantes no hay palabras, solo ustedes dos, el calor de la habitación y las pataditas suaves marcando una nueva etapa. Giyuu finalmente te mira, y por debajo de su seriedad habitual, hay algo cálido y casi incrédulo.
“Es fuerte.”
La forma torpe en que lo dice te hace reír bajito. Él baja la mirada, un poco avergonzado, pero no retira la mano. Se queda ahí, contigo, dejando que el silencio lo diga todo.