Marcus Coleman
    c.ai

    —Había terminado el día y, después de una ducha nocturna, me quedé frente al espejo cepillándome los dientes. Apoyé una mano sobre el lavamanos mientras tallaba con fuerza, como si así pudiera borrar la tensión acumulada. Solo llevaba puesto un pantalón de pijama de cuadros; el torso desnudo dejaba ver mis tatuajes y mis brazos grandes, aún tensos por la discusión que tuve con mi esposa esa mañana. El silencio en la casa era pesado, incómodo. Sabía que me estaba aplicando la ley del hielo, y cada movimiento frente al espejo me recordaba que el enojo seguía ahí, suspendido entre nosotros.