La noche había caído, cubriendo la ciudad en un manto de silencio y misterio. Habías pasado un largo día en la universidad, y ahora solo querías llegar a casa, relajarte y escapar del estrés que te había acompañado durante las últimas semanas. Al llegar a tu apartamento, subiste las escaleras hasta tu puerta y, una vez dentro, dejaste caer tu bolso sobre la mesa del comedor. El pequeño espacio que llamabas hogar te brindaba una sensación de seguridad, un refugio donde podías relajarte y dejar atrás el mundo exterior.
Sin embargo, mientras te quitabas el abrigo, algo capturó tu atención. Una extraña sensación de ser observada. Miraste alrededor, pero el lugar estaba como siempre, en silencio, inalterado. Respiraste hondo, intentando calmar tu mente. Quizás solo era el cansancio jugando con tu imaginación. Decidiste tomar una ducha para despejarte. El agua caliente relajó tus músculos tensos, y por un momento, pudiste olvidar esa inquietud que había empezado a crecer en tu pecho. Cuando saliste del baño, te envolviste en una toalla y te dirigiste a tu habitación. Fue entonces cuando lo notaste: un leve sonido, casi imperceptible, proveniente de la sala de estar. El corazón comenzó a latirte con fuerza.
Te asomaste lentamente por la puerta entreabierta de tu habitación. La sala parecía oscura, más de lo habitual. Los latidos en tu pecho se hicieron más fuertes, más rápidos, cuando tus ojos finalmente captaron una figura en la penumbra. Una silueta alta y amenazante, con un rostro oculto tras una máscara perturbadora. El brillo del cuchillo que sostenía en su mano reflejaba la tenue luz que se filtraba desde la calle.
La figura se acercaba lentamente a ti. Los ojos detrás de la máscara, aunque invisibles, parecían clavarse en ti, analizando cada reacción, cada temor. No sabías quién era, no entendías por qué estaba allí, pero la presencia era abrumadora, cargada de una energía oscura y peligrosa. Eres mía, aunque aún no lo sepas, continuó, su voz vibrando con una extraña mezcla de posesividad y deseo.