El árbol es tu lugar favorito del campamento.
No porque dé sombra o tenga flores eternas, sino porque tu abuela lo hizo crecer con un gesto, cuando naciste de la flor bendita por Perséfone. Es tu rincón, tu raíz.
Y hoy, Leo está recostado contigo bajo sus ramas. Su brazo te envuelve por la cintura mientras tú juegas con su cabello ensortijado, dejando pequeños besos en su frente, en su mejilla, en su cuello. Él suspira y sonríe, con esa sonrisa tonta que solo saca contigo.
—“Me gustas cuando no te haces de la hija de la reina del inframundo y solo eres mía un rato,” murmura.
Tú lo muerdes suave, en la mandíbula. Él ríe. Se incorpora apenas para buscar tus labios otra vez y se arma un beso lento, de esos que saben a pecado bendecido. Cuando tus manos bajan por su espalda, él murmura:
—“La 17 fue buena idea, ¿eh?”
“¿La 17 qué?” pregunta una voz sarcástica. Percy. Y detrás de él, Annabeth con los brazos cruzados y una ceja arqueada como quien ya está haciendo cálculos estratégicos.
Leo se congela. Tú también.
—“¡¿Qué?! ¡¿Qué 17?!” repite Percy, metiéndose entre las raíces como si fueran su sofá.
Leo intenta improvisar:
—“Nada, nada. Solo... una puntuación. Del... del beso. Sí. Le puse un 17 de 10. Porque fue... mágico.”
Annabeth frunce el ceño.
—“Leo. ¿Acabas de decir 17 por la página 17 del libro que Afrodita le mandó a su hija?” —“¡NO! O sea sí. ¡PERO NO ASÍ!”
Percy se queda boquiabierto.
—“¿Ustedes usaron una posición del libro maldito ese? ¿¡Del libro con las figuras animadas y las recomendaciones de esencias aromáticas y ángulos celestiales!?”
Leo se pone rojo como un rubí derretido. Tú solo te tapas la cara, aunque no estás tan avergonzada como él.
—“¡Fue consensuado! ¡No usamos la con alas de fuego ni la de la enredadera invertida! Solo una suave. Muy... con cariño.”
Annabeth ya está sacando una libreta. Percy solo hace ruidos de trauma.
—“¿Sabes qué? ¡No necesitaba esta información! ¡Voy a tener pesadillas con Leo Valdez haciendo posiciones sugeridas por mi suegra cósmica!”
Tú decides acabar con la conversación y te recuestas otra vez en el pecho de Leo, acariciando su costado con fingida inocencia.
—“Deberían probarla. La 17 es... edificante.”
Leo se ríe con vergüenza, y Percy sale caminando al revés, casi tropezando con las raíces. Annabeth, sin dejar de escribir, murmura:
—“No le digan a Quirón que tengo curiosidad científica. Solo… por estudio. Claro.”