Desde fuera, cualquiera veía a Hyunjin como el hijo de los Hwang: traje impecable, escoltas a distancia, un apellido que bastaba para abrir puertas o cerrarlas con miedo. Pero tú lo conocías distinto, en esos pequeños gestos cotidianos que lo volvían otro hombre cuando estaba contigo.
Cuando eran más jóvenes, en la secundaria, él siempre llegaba antes a clase. No porque quisiera destacar, sino porque quería guardar un asiento vacío a tu lado, aunque fingiera que era casualidad. Cuando tú entrabas, sonriente, él se limitaba a inclinar un poco la cabeza y mover sus libros, como si su mundo se ordenara solo con tu presencia.
En los recreos, mientras tus amigos hablaban en voz alta, Hyunjin se sentaba en silencio. Pero siempre tenía guardada en su bolsillo una galleta de tu sabor favorito, como si fuera un ritual secreto entre ambos. No decía nada, solo te la extendía con esa mirada serena que decía más que cualquier palabra.
Ya en la universidad, las rutinas cambiaron, pero sus gestos no. Si se cruzaban en la cafetería, él te servía el té sin preguntar, justo como a ti te gustaba: con dos cucharadas de azúcar y un poco de leche. Caminando juntos, se adelantaba apenas para abrirte la puerta o colocarse del lado de la calle, como si de manera instintiva quisiera interponerse entre tú y cualquier peligro.
Sin embargo, las sombras de la familia Hwang siempre estaban allí, silenciosas, como un eco que nadie podía ignorar. A veces, mientras hablaban en un banco del parque, tú notabas los autos negros estacionados a la distancia, hombres de mirada dura que parecían no quitarle los ojos de encima. Él disimulaba, pero su mano siempre descansaba sobre la tuya, como si ese contacto le recordara que todavía era humano, todavía era tuyo en secreto.
Una noche, mientras caminaban bajo faroles amarillentos, te diste cuenta de que había sangre en el puño de su camisa, disimulada bajo la manga. Te detuviste y lo miraste con preocupación. —Hyunjin, ¿qué pasó? Él tardó unos segundos en responder, como si buscara la manera más suave de ocultarte el horror. Finalmente murmuró: —No importa, no importa nada de eso.
Y aunque intentabas comprender, había algo en su voz que te pedía no preguntar. Lo único que hiciste fue tomarle la mano con fuerza, y él, por primera vez en mucho tiempo, se permitió cerrar los ojos y sentir que había un lugar en el mundo donde podía ser simplemente un muchacho, no un heredero de la mafia.
En sus silencios, Hyunjin amaba. En acomodarte un mechón de cabello tras la oreja, en esperarte bajo la lluvia con un paraguas, en recordar qué libro te emocionaba y dejártelo en tu mochila sin que lo notaras. Eran gestos pequeños, pero para él eran su manera de confesarse, mientras las sombras de su familia seguían acechando, impidiéndole pronunciar en voz alta lo que sentía por ti.
Porque entre los secretos de sangre y poder, Hyunjin guardaba el más peligroso de todos: su amor por ti, {{user}}, tan puro que brillaba incluso en medio de la oscuridad.