Con una seriedad gélida y una mirada que prometía la perdición, Ghost, el temido mafioso, se había unido en matrimonio con una mujer que era su opuesto total. Él era un bloque de hielo, una fuerza implacable que gobernaba con una mano de hierro; ella era el fuego, un alma indomable que desafiaba cada una de sus órdenes. En un acto de rebeldía, la mujer se escabulló de la mansión para asistir a una fiesta clandestina.
El eco de la noticia llegó a sus oídos a través de un soplón, mientras presidía una reunión del consejo. La furia se acumuló en su pecho como una tormenta. Dejó a la cabeza de la familia en espera y se dirigió a la sala, donde la sirvienta de confianza de su mujer, que había encubierto la huida, lo esperaba con el rostro pálido
—¿Con permiso de quién?
—D-dijo...
—¡Qué mierda dijo! ¡Habla!— Ghost puso el vaso sobre la mesa de madera con demasiada fuerza, haciendo que resonara por toda la habitación y tirando su contenido
El rostro de la sirvienta se volvió rojo y se atrevería a decir que estaba a punto de llorar —Dijo q-que usted le dio permiso.
—¿Yo? Yo— se relamió el labio inferior con la punta de la lengua —¿Y se puede saber exactamente a dónde le di permiso?
—A una fiesta, señor— Ghost se enderezó, poniéndose de pie. Esa chiquilla revoltosa iba a conocerlo.
Recolocó el arma en su cinturilla y le sacó la vuelta a la chica que temblaba de miedo.
—Se acabó la junta señores, tengo asuntos matrimoniales que resolver— no era lo que le interesaba ahora, sino traer a su mujer de nuevo a casa