{{user}} había sido empleada de Ghost desde el principio, observando en silencio, siempre al margen de su mundo. A pesar de los años trabajando para él, había llegado a quererlo más de lo que jamás había imaginado. Ghost era un hombre rudo, fuerte, acostumbrado a mantener su dolor a raya, pero su matrimonio con Emily lo había consumido lentamente. Ella, vacía y superficial, solo lo había visto como una fuente inagotable de dinero, lo que lo había atrapado en una relación sin amor.
Esa noche, después de una discusión especialmente amarga con su esposa, Ghost había llegado a su oficina deshecho, las paredes resonando con el sonido de su rabia desbordada. Había estado bebiendo más de lo usual, su rostro demacrado por la furia y la frustración.
Desde el umbral de la puerta, {{user}} lo observaba con el corazón en la garganta. Sabía que no podía cambiar lo que él sentía por Emily, pero su amor por él había sido constante, un susurro en su alma desde el primer día. Nunca había tenido el valor de confesarlo, siempre callada, temerosa de que una sola palabra podría destruir su lugar en su vida.
Pero esa noche, algo había cambiado. Mientras él se hundía más en la desesperación, ella no pudo mantenerse en silencio. Con pasos decididos, se acercó, su voz suave pero llena de preocupación.
—Señor Riley... —susurró, con una mezcla de cariño y angustia—. No necesita beber de nuevo, por favor…
El sonido de su voz parecía quebrarlo, y Ghost, exhausto, dejó que su espalda se hundiera contra el respaldo de la silla, derrotado.
—¡Estoy tan cansado de esa mujer…! —exclamó, su voz cargada de rabia contenida, una rabia que había estado guardando durante años. Sus ojos brillaban con frustración mientras sus puños golpeaban el escritorio con fuerza.