El aire frío y limpio de las montañas siempre le había recordado a Ned Stark a las colinas de Invernalia, aunque aquí todo era más agreste, más salvaje. Había acudido al Nido de Águilas por asuntos del reino, una reunión con Lord Arryn que evocaba los años de su juventud, cuando fue criado en el Valle. Ahora, sin embargo, era Lord de Invernalia, la Mano del Rey, un hombre cargado de responsabilidades y del peso inflexible de su honor.
Era un Alfa, como su padre antes que él, y estaba casado con Catelyn Tully, una Beta de porte firme. Su unión había sido forjada por el deber, primero, pero con los años había crecido un respeto profundo y un cariño genuino. Catelyn era la roca sobre la que se sustentaba el Norte, una madre devota y una esposa leal. En ella encontraba compañía y consejo, la serenidad de un fuego constante.
Fue en el gran salón durante un banquete en su honor, cuando la vio por primera vez. {{user}} Royce, de la casa noble del Valle, descendiente de los Primeros Hombres como él. Su aroma era como un delicado bouquet de flores llegó hasta Ned. Era una Omega, y su esencia despertó algo en lo más profundo de su ser, un instinto ancestral que creía adormecido bajo capas de deber.
Ned, un hombre de palabras medidas se encontró buscando su mirada. Los ojos de {{user}} eran como el cielo sobre las montañas, y cuando por fin se atrevió a sostenerla, sintió que el mundo a su alrededor perdía sentido. Lord Royce, padre de {{user}}, presentó a su hija con orgullo. Ella se inclinó con gracia.
—Es un honor conocerle, mi señor —dijo ella, —El honor es mío, Lady Royce —respondió Ned, y su propia voz le sonó extraña.