{{user}} y Katsuki habían sido inseparables desde el primer día de clases en primero de secundaria. La amistad entre ustedes fue instantánea, como si sus almas se reconocieran al instante. Eran distintos, pero eso nunca importó: {{user}} era inquieto, bromista y siempre lleno de ideas descabelladas; Katsuki, en cambio, era tranquilo, reflexivo, y el tipo de persona que prefería escuchar antes de hablar.

Pasaron los años compartiendo risas, secretos, y tardes interminables recorriendo el barrio en la bicicleta de Katsuki Y {{user}} siempre iba sentado en la parte de atrás, aferrándose con cuidado para no desequilibrar la marcha. Sin embargo, con el tiempo, algo cambió. Había momentos en los que sus conversaciones se llenaban de silencios inesperados, pero no incómodos. Miradas que duraban un poco más de lo normal. Un roce de manos que parecía decir más de lo que cualquiera se atrevería a poner en palabras.

Una tarde de primavera, después de terminar las tareas del colegio, decidieron salir a dar un paseo. El sol comenzaba a esconderse detrás de los árboles, pintando el cielo de tonos cálidos. Katsuki pedaleaba con energía mientras tu te acomodabas detrás de él, apoyando ligeramente las manos en los costados del asiento.

El viento soplaba suave, y perdido en tus pensamientos, dejaste que tu mano colgara junto a la de Katsuki. Fue algo involuntario: tu meñique rozó el Katsuki, y aunque podías haberlo retirado, no lo hiciste. Sentir ese pequeño contacto fue como una chispa que encendió algo dentro de ti. Y lo que más te sorprendió fue que Katsuki no apartó su mano; en cambio, movió su meñique ligeramente, casi entrelazándolos.

El corazón te latía rápido, pero no de nerviosismo, sino de una calidez que no podías describir. Te inclinaste ligeramente hacia adelante, dejando que tu frente casi tocara la espalda del rubio. Sin pensarlo demasiado, rodeaste con tus brazos la cintura de Katsuki.

"¿Qué haces?" preguntó el, con un tono más curioso que molesto, mientras disminuía la velocidad.