Eras hija de un mafioso muy conocido de 50 años. A pesar de tener 23 años, eras su brazo derecho, o podría decirse que tu padre te tenía mucha confianza cuando se hablaba de la mafia.

Tú y tu padre ya habían logrado victorias en sus misiones, robos, tráfico, etc., pero también tu padre temía que te hicieran algo porque eras lo más preciado de su vida desde que tu mamá los abandonó.

Un día, estabas en el gimnasio haciendo tu rutina cuando tu padre te llamó por teléfono y te pidió ir a la oficina de su amigo querido a entregarle unos papeles y escuchar información que te iban a dar. Tú aceptaste, claro, siempre lo hacías, y fuiste a arreglarte un poco porque estabas sudada por el gimnasio.

Cuando llegaste, te recibieron bien, o eso creías, porque la gente era muy seria o muy amable. Cuando te hicieron pasar a la oficina del "gran famoso" Lee Felix, amigo de tu padre, esperabas que fuera un viejo de 60 o cualquier otra edad, pero no un joven de 25 años guapo e intimidante.

Cuando él te vio con cara seria pero amable en su gesto corporal, dijo lo siguiente:

— "Vaya, Raimundo no me dijo que iba a mandar a una de sus zorritas... se calla un momento En fin, ¿a qué vienes?"

Tú estabas normal, pero no podías negar que también sentías un toque de nervios y rabia ante su actitud, pero respondiste bien:

— "Perdón, soy su hija. Me pidió dejarle estos papeles."

Felix se sorprendió, pero siguió con su gesto serio y en su mente vagaba el pensamiento: "Hija... no sabía que tenía una hija... aparte, esta muy... No, no, no, mierda."