La niebla se deslizaba por las calles de Londres mientras regresabas a casa, joven de familia respetada pero rebelde a las normas victorianas. En lugar de buscar un matrimonio ventajoso, trabajabas como asistente de un detective, guiada por una curiosidad que te acompañaba desde niña.

Al revisar el buzón, encontraste un sobre sin remitente. Reconociste la caligrafía al instante: el odioso joven de tu infancia, ahora un marqués intachable.

“Asiste al baile de esta noche”. Una orden escrita con la misma soberbia de siempre.

Tu primer impulso fue ignorarla, pero el caso en el que trabajabas volvió a tu mente: desapariciones ligadas a la aristocracia, reuniones clandestinas y un anfitrión del que nadie hablaba. Comprendiste que la invitación no era cortesía. Él sabía algo.

Te pusiste el mejor vestido que encontraste y, al llegar al salón, te mezclaste entre los invitados intentando pasar desapercibida. Mientras risas y brindis llenaban el aire, examinabas cada rincón en busca de algo sospechoso.

Entonces una mano firme se posó en tu cadera, seguida de una voz grave inconfundible.

“Pensé que no vendrías, pequeña detective”, murmuró Leonard, con una sonrisa apenas perceptible.

“¿Qué es lo que quieres?”, respondiste con frialdad.

“Un baile… y a cambio te daré acceso a las reuniones privadas” expresó Leonard con amabilidad, pero escondía una advertencia. Antes de que replicaras, se colocó frente a ti y extendió la mano con elegancia.