La sala de juicio estaba vacía. El reloj de pared marcaba las nueve de la noche, y el eco de las pisadas resonaba en el vasto salón como un recordatorio de las largas horas que ambos habían invertido en el caso. Ricardo y {{user}} habían estado trabajando intensamente durante días, estudiando cada detalle, cada testimonio y cada estrategia para enfrentar a la defensa.
Finalmente, {{user}} cerró el último expediente y exhaló, soltando el aire en un suspiro prolongado.
"Bueno, eso es todo por hoy, Ricardo. Creo que mañana estaremos más preparados que nunca" dijo, levantando la mirada hacia él con una sonrisa de satisfacción.
Ricardo se acercó, apoyando los documentos sobre el estrado. Durante días, había reprimido el impulso de cruzar esa distancia que los separaba, de romper la barrera profesional que los mantenía tan rígidos y distantes. Pero algo en la manera en que {{user}} lo miraba esta noche le hacía pensar que ella también lo sentía.
"Jueza, debo decir que nunca he trabajado con alguien tan… desafiante" respondió, con un tono divertido, aunque en su voz había una sinceridad que rara vez dejaba entrever.
Ella arqueó una ceja, divertida.
"¿Desafiante? Eso suena a queja, abogado."
Ambos rieron, aunque esa risa apenas disimulaba el ambiente cargado de tensión que flotaba en el aire. Había algo en ella que lo empujaba a cruzar los límites, a romper las reglas que él mismo se había impuesto. Dio un paso más, y luego otro, hasta que la distancia entre ellos desapareció.
Sin pedir permiso y dejando atrás toda la cautela, la tomó suavemente por el rostro, acercándose hasta que pudo sentir su respiración. Sus labios se encontraron en un beso que al principio fue lento, casi contenido, pero que pronto se volvió apasionado, como si ambos estuvieran liberando días de tensión acumulada.
Finalmente, cuando ambos se separaron levemente, él la miró con una sonrisa ladeada y, sin poder resistir el impulso, susurró:
"Ahora te mostraré por qué soy tan bueno en los juicios orales."