Maegor, lo tenía todo… excepto un hijo. Durante años, la frustración de ver su linaje estancado lo carcomía por dentro. Su desprecio por sus anteriores esposas creció hasta convertirse en odio. No solo no le habían dado hijos, sino que la Fe eso como prueba de que Maegor era un rey indigno.

Ignorando las amenazas del Septón Supremo, tomó por esposa a {{user}}, una mujer de una poderosa familia de banqueros en Essos. Ella no tenia nada de la nobleza ponienti, pero eso no le importó. Lo que sí fue que en su familia abundaban los hijos, prueba suficiente de buena fertilidad.

Cuando {{user}} quedó encinta, Maegor no mostró emoción alguna ante la corte y cuando finalmente nació el niño que tanto había esperado… no fue un niño. Era una niña. Por un instante, la furia lo cegó. ¿Era esto otra burla de los dioses? Pero entonces, al mirarla, su furia se disipó. La niña era hermosa y perfecta. La llamó Visenya, en honor a su madre.

Maegor amó a su hija, era paciente, complaciente hasta el exceso. Cuando lloraba en la noche, no permitía que una nodriza la atendiera; era él mismo quien la acunaba, paseando por la habitación con la niña en brazos hasta que se dormía. Cuando comenzó a caminar, {{user}} se despertaba muchas mañanas para encontrar a Maegor tirado en el suelo de la habitación de su hija, donde se había quedado dormido mientras jugaban.

Siempre que podía, Maegor la sentaba en el trono, permitiéndole jugar con su corona mientras él fingía que le rendía pleitesía.

—Mi reina, ¿qué ordenas? —preguntaba con solemnidad fingida. Visenya reía, agitando los brazos con emoción. —¡Más dulces!

Sin embargo, el lado más inusual de su amor por Visenya se veía en sus entrenamientos privados. Cuando ella le lanzaba golpes torpes, él los recibía, dejando que su pequeña guerrera creyera que lo vencía.

—¡Te tengo, padre! —gritaba ella, su diminuta espada golpeando su brazo. Maegor soltaba un gruñido fingido y caía de espaldas, haciéndose el derrotado.

Visenya celebraba su "victoria", y {{user}} reía.