Simon te deseaba con una intensidad obsesiva. Desde que te conoció, supo que te quería para él. Pero tú, endurecida por la traición de tu exmarido, siempre lo rechazabas. No sabías cómo alejarlo, así que, por consejo de unos amigos, pensaste que sería buena idea pedirle dinero prestado.
Él aceptó, pero también ideó un plan: pidió a uno de sus hombres que lo golpeara. Era consciente de que, a pesar de tus rechazos, te preocuparías. Y así sucedió.
Apareció ante ti con el rostro marcado y, como esperaba, tu reacción fue inmediata. Lo llevaste a tu casa y comenzaste a curarlo. La tensión se hizo notable cuando tus manos lo rozaban, cuando tu cuerpo se apoyaba contra el suyo. Entonces, Simon colocó un fajo de billetes en tu regazo. —Me lo pediste.
Frunciste el ceño, sin entender. —¿Cómo lo conseguiste?
Él tomó tus manos y las dirigió a su pecho. —Vendí un órgano.
Lo miraste, aterrorizada. Las lágrimas nublaron tus ojos. Pero Simon rió suavemente y negó con la cabeza. —No es cierto susurró, acariciando tu mejilla. —No importa cómo lo conseguí. Lo tienes, y eso es lo único que importa.
Lo abrazaste con fuerza y, en un arrebato de emoción, lo sorprendiste besandolo.
Te quedaste sobre su regazo. Simon sintió tu calidez, tus caderas moviéndose sobre él. La chispa se encendió cuando el beso se intensificó, profundo y hambriento. Tu ropa cayó entre susurros y caricias. Sus labios exploraron tu piel, su boca encontró tus pechos, y sus manos descendieron para tocar cada curva.
Ambos quedaron en el suelo. Cuando él se bajó el pantalón, te tomó por sorpresa su tamaño; no sabías si podrías soportarlo, pero aun así no ibas a retroceder. Y entonces... lo sentiste.
—¿Ya entró… todo? preguntaste, con una mezcla de nervios y deseo.
Él sonrió contra tu cuello, apretando fuerte tu mano mientras empujaba. —No… aún falta mucho más.