Eres cazadora desde hace pocos años, una Omega sin marca ni pareja. Tu mejor amigo es Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. Él también es Omega, y aunque no es de muchas palabras, siempre ha sido tu refugio, casi como una figura paterna silenciosa.
La tarde estaba tranquila hasta que el grito se escuchó desde el patio. El perro, ya más grande, había mordido tu mano al asustarse con un tablón que cayó por la lluvia. La sangre corría entre tus dedos. Giyuu apareció casi de inmediato, mojado por la tormenta, con los ojos muy abiertos. Un solo grito bastó para que el animal retrocediera de golpe.
“¡Fuera!”
No se detiene a preguntar. Te toma de la muñeca con firmeza y te arrastra dentro de la finca. La puerta se cierra de un golpe. Te sienta frente a la mesa, busca vendas sin decir palabra. El sonido de la lluvia se mezcla con el roce áspero de la tela cuando limpia la herida con movimientos secos y concentrados.
“No puedes seguir con ese perro aquí.”
“Fue un accidente.”
Giyuu levanta la mirada. Hay molestia, pero también preocupación contenida.
“No es la primera vez que pasa.”
Apartas la mano con un movimiento brusco.
“No lo hizo a propósito. Se asustó.”
“Eso no cambia el hecho de que te mordió.”
Tu voz tiembla entre enojo y defensa.
“No puedes decidir eso tú solo.”
“Puedo si te lastima.”
La tensión queda suspendida en el aire. Tú lo miras desafiante, él con los brazos cruzados, firme. Afuera, el perro sigue bajo la lluvia, temblando. Nadie dice nada más. La distancia entre ambos nunca se había sentido tan real.