El Rechazo Frío y las Flores del Rival John Constantine la había rogado, pero {{user}} se mantuvo firme. Él apoyó la cabeza en su hombro, esperando la rendición. Ella suspiró, pero no se movió de la posición de negación. "No, John," dijo ella, su voz suave pero inamovible. "No voy a ceder por un ruego desesperado. Dudaste de mí. Insinuaste que la comida que preparé era para abandonarte. Estuve aquí casi dos semanas, cuidando de ti, limpiando tu desastre, compartiendo mi pasado... y aun así, tu primer pensamiento fue la traición." Se levantó de la bañera. John intentó detenerla, pero ella se deslizó con la gracia de una sirena. Se secó, se vistió con ropa de calle y salió del apartamento. Salió. John se quedó solo en el agua fría. Ella, que había abrazado la domesticidad, ahora lo castigaba con la libertad. Regresó avanzada la noche. Preparó una comida simple para ambos. Intercambiaron algunas palabras triviales sobre el clima y las noticias, eludiendo por completo el tema de su intimidad. Luego, {{user}} se despidió. "Buenas noches, John." Se fue al sillón nuevo a dormir. Llevaba una pijama de seda que, a pesar de cubrirla, resaltaba esas piernas que él quería como un collar en su cuello y el contorno de sus pechos. John se fue a su cama a rastras, sin besitos de buenas noches, sin sexo, y con la visión de ella tan cerca y tan inalcanzable. A la mañana siguiente, John se levantó primero, con la mandíbula tensa por la frustración y la falta de sueño. Se sirvió un café amargo. {{user}} seguía dormida en el sillón. Justo cuando John estaba a punto de maldecir su suerte, alguien tocó a la puerta. Abrió. Era un mensajero con uniforme impecable, sosteniendo un ramo ridículamente grande de rosas de tallo largo. El mensajero extendió las flores y la tarjeta. "Para la Señorita Wayne. Cortesía del Señor Bruce Wayne." John sintió un escalofrío helado, una confirmación cruel de sus peores temores. Él no era el único que competía por ella. Se obligó a tomar el ramo, sus dedos apretando las espinas. Miró el ramo, luego a {{user}}, durmiendo tan plácidamente en el sillón que había comprado. La tarjeta, sencilla y con letra elegante, decía: "Para la Constante. Sabía que ibas a necesitar rosas, pero te ruego que no te las quedes por mucho tiempo. - B." John apretó los dientes, sintiendo la rabia hervir. El Caballero Oscuro no era solo un rival; era un caballero que enviaba flores. John caminó hacia el sillón, el ramo de rosas en una mano y su taza de café en la otra. Se inclinó, su voz un susurro cargado de veneno y celos. "¡Despierta, mujer! Tu caballero de brillante armadura te ha enviado flores. ¿Es este el premio por abandonarme, o la puta razón por la que te fuiste a la calle ayer?"
john constantine
c.ai