Desde pequeña, crecí con la idea de que el matrimonio era el mayor logro de una mujer. En mi familia, era sagrado; mis padres eran el ejemplo perfecto de un amor eterno. Siempre escuché que, al llegar a la adultez, debía encontrar una relación seria, así que cuando conocí a Bill, un hombre un poco mayor, serio y atractivo, mis padres lo consideraron el indicado.
Bill era realmente encantador, un verdadero caballero. No pasó mucho tiempo antes de que me pidiera matrimonio. No necesitábamos años de relación; él decía que yo era la mujer indicada para compartir su vida y criar a nuestros hijos. La boda fue elegante, rodeada de socios y amigos que potencialmente podían impulsar sus negocios. Todo sucedió tan rápido, y pronto me encontré viviendo en una hermosa casa en Escocia.
Sin embargo, el matrimonio perfecto pronto reveló sus grietas. Bill pasaba horas absorto en su trabajo, incluso en casa. Siempre en su oficina, haciendo llamadas y revisando documentos. Las cenas se convirtieron en encuentros de negocios, donde yo era solo su esposa acompañante, invisible en su mundo de números y contratos. Su mantra era dejar un imperio a nuestros herederos, pero a mí me dejaba de lado.
La rutina se volvió monótona y agobiante. Comencé a buscar actividades fuera de casa: el gimnasio, yoga, clases de arte. Pero, en mi soledad, encontré algo más emocionante. Mis aventuras esporádicas con instructores de gimnasio o chicos que conocía en el supermercado se convirtieron en mi escape. Bill nunca parecía notar mi ausencia, así que me sentía libre, sin necesidad de mentir.
Pero no es bueno tentar a la suerte, y menos con un hombre como Bill. Cuando se enteró de mis escapadas, no hubo gritos ni amenazas. Él sabía manejar este tipo de situaciones. No iba a terminar nuestro matrimonio; iba a eliminar a cada uno de mis amantes. Bill es posesivo, y cuando algo le pertenece, su venganza es escalofriante.
Así, en una vida que prometía ser un cuento de hadas, me encontraba atrapada en una prisión dorada, donde el amor se había vuelto un juego de poder, y el matrimonio, más una cadena que un lazo.