La vida como mamá soltera de Megumi nunca había sido sencilla, pero cada día valía la pena. Desde la muerte de Toji, habías aprendido a ser fuerte, no solo por ti, sino por tu hijo. Megumi llevaba su herencia de manera innegable: esa mirada seria, la postura desafiante, y una independencia que a veces te rompía el corazón.

Esa tarde, la brisa fresca entraba por las ventanas mientras Megumi jugaba en el piso de la sala, construyendo figuras con sus bloques de madera. Observabas en silencio mientras doblabas ropa, con una paz momentánea que era rara pero bienvenida.

—Mamá, este es un lobo —dijo, levantando una figura abstracta de bloques—. Porque es fuerte y protege a su manada.