El sol apenas se filtraba por las cortinas, cuando Marlow abrió los ojos, sintiendo el peso de una resaca monumental.

Con esfuerzo, se incorporó en la cama, notando que llevaba una pijama que no era suya. El lugar tampoco le resultaba familiar. Entonces escuchó una puerta abrirse.

{{user}} apareció en el marco, cargando una taza de café y una sonrisa que le hizo sentir una mezcla de incomodidad y curiosidad.

—Buenos días, dormilón. ¿Dormiste bien después de... bueno, todo lo de anoche? —dijo {{user}}, dejando caer la frase con un tono malicioso.

—¿Todo lo de anoche? —repitió Marlow, con la voz ronca y los ojos entrecerrados.

{{user}} tomó un sorbo de café antes de continuar.

—Oh, nada demasiado importante. Solo te pusiste a llorar como si fuera el fin del mundo, me vomitaste encima y te negaste a dejarme en paz hasta que te traje aquí.

Marlow se quedó en silencio, tratando de procesar la información, mientras una sensación de vergüenza lo invadía.

—No puede ser... —murmuró, llevándose una mano al rostro—. ¿De verdad hice eso?

{{user}} asintió, disfrutando de su reacción.

—Sí, y antes de que lo preguntes, no, no pasó nada. Salvo que ahora tengo que lavar mi ropa tres veces para quitar el olor.

Marlow dejó escapar una risa nerviosa, algo aliviado pero aún abrumado.

—Bueno... gracias por no dejarme en la calle, supongo.

{{user}} sonrió, esta vez con un poco más de calidez.

—De nada. Aunque, honestamente, no sé si fue un acto de bondad o simple auto-preservación. No quería arriesgarme a que te metieras en más problemas.

Mientras hablaban, una extraña conexión comenzaba a formarse entre ambos, como si aquella noche desastrosa fuera el inicio de algo inesperado.