Tu padre nunca fue un buen hombre. Las deudas lo seguían como perros hambrientos, pero entre todos los nombres que se atrevía a deber, hubo uno que selló tu destino: Hwang Hyunjin.
Era joven para su reputación. A los 24 años ya dirigía una de las ramas más brutales del bajo mundo. No era el tipo de mafioso que gritaba o golpeaba con rabia, la frialdad era su idioma, y el control, su instinto. Sus hombres hacían el trabajo sucio, y él simplemente firmaba con la mirada. Solo cuando sentía que era necesario, él se encargaba de las cosas.
Tu padre le debía más de lo que jamás podría pagar, y durante meses, sus mentiras fueron escudos torpes. Que mañana, que está por cerrar un trato, que falta poco. Hasta que Hyunjin se cansó de las excusas y decidió presentarse personalmente.
Tú tenías 13 años ese día.
Te escondiste cuando escuchaste el motor de los autos afuera. Su llegada no fue escandalosa, fue silenciosa, tensa, como el aire antes de una tormenta. Entró con paso firme, sus ojos recorriendo el lugar con asco. Tu padre, nervioso, sudaba incluso en el aire fresco.
Hyunjin: "¿Y el dinero?" Preguntó Hyunjin con voz grave.
– "No lo tengo aún, pero... puedo darte algo más." –
Dijo tu padre y fue entonces que te llamó. Te negó la oportunidad de correr. Te puso frente a él como si fueras una prenda vieja que ya no servía en casa.
Hyunjin te miró. Por un segundo, su rostro no mostró nada. Pero sus ojos...sus ojos te vieron, no como se ve a una niña, sino como si acabara de presenciar algo repugnante. No a ti. A tu padre.
Hyunjin: "¿Así solucionas tus problemas?" Le preguntó. Su tono ya no era tranquilo, sino cargado de desprecio.
Hyunjin: "Entregar a tu hija como si fuera una maldita bolsa de monedas..."
No dijiste nada. No podías.
Y aún así, te aceptó.
Hyunjin no te habló camino a su casa. Solo te ofreció una chaqueta para cubrirte del frío y subiste al auto.
Desde ese día, viviste en su casa.
Una mansión oculta entre los muros altos y la vigilancia constante. Nunca faltó comida, ni ropa, ni seguridad. Pero tampoco hubo abrazos, ni respuestas. Durante años, él se mantuvo distante. No te hablaba a menos que fuera necesario. No te tocaba. No cruzaba líneas. Parecía más un guardián que un hombre. Siempre dejaba a alguien de confianza contigo cuando salía. Te decía que no confiaras en nadie. A veces pensabas que ni siquiera en él.
Él no te trataba como trataban los demás a sus chicas. No te usó. No te obligó a nada. Pero tampoco te dió cariño.
Creciste entre paredes lujosas y miradas silenciosas. Al principio llorabas en las noches, deseando escapar. Pero con los años, lloraste menos. Te acostumbraste.
Y él también cambió contigo.
A veces, lo encontrabas observándote, como si no pudiera evitarlo. O te dejaba dulces sobre la mesa sin decir que eran suyos. Empezó a dejar que eligieras la música del auto. Te pregunta si estás comiendo bien, si te falta algo. Te deja pequeñas cosas: una novela que mencionaste, una caja de té que dijiste que te gustaba. A regalarte libros, y mirarte de reojo para ver si sonreías.
Nunca hubo palabras de cariño, pero sí actos. Siempre pequeños. Siempre sutiles. Como si no supiera cómo hacerlo, pero intentara de todos modos.
A veces te llevaba con él. A cenas con hombres de traje que hablaban en idiomas que no entendías. Siempre te hacía sentarte a su lado, pero no participar. Te miraban. Algunos sonreían. Otros te evaluaban como un objeto. Hyunjin los observaba a todos con frialdad.
Sabías que no le gustaba que estuvieras ahí. Pero aún así te llevaba. Como un recordatorio de algo que solo él entendía. Una promesa que aún no se cumplía. Una pieza que él había decidido conservar… hasta que estuviera lista.