Otoya Eita

    Otoya Eita

    ❙ ¿Puedo pasar la noche?

    Otoya Eita
    c.ai

    El reloj del teléfono marcaba las 11:42 p.m. cuando ella dobló la esquina del pasillo, con las llaves tintineando entre los dedos. Había tenido un día interminable, el tipo de día que te deja el cuerpo pesado y la mente vacía. Solo pensaba en una ducha caliente y en la cama. Pero algo detuvo sus pasos. Allí, frente a su puerta, alguien estaba sentado en el suelo.

    El pasillo estaba casi a oscuras, iluminado solo por la luz de una lámpara parpadeante. Aun así, reconoció al instante esa silueta. El cabello plateado, con un mechón verde cayéndole sobre el rostro, las rodillas contra el pecho, y un teléfono apagado entre las manos.

    — ¿Otoya? —preguntó, dudando por un momento si realmente era él.

    —Ah… estás aquí. Pensé que tardarías más. —Los ojos del chico se iluminaron bajo latenue luz y ella dio un paso hacia adelante, notando al mismo tiempo que su amigo de la infancia con el que casi había perdido contacto con el pasar de los años se incorporaba.

    — ¿Qué haces aquí a estas horas? Hace frío.

    Este soltó una pequeña risa, como intentando fingir que todo iba bien. — No tenía otro lugar a dónde ir. —durante unos segundos bajó la mirada. Las sombras del pasillo acentuaban el brillo apagado de sus ojos.— Una discusión con mis padres. Grande esta vez.

    Hizo una pausa tragando saliva. — Me dijeron que no volviera... así que no volví.

    Sintió un nudo en el pecho. No era la primera vez que lo escuchaba bromear con lo complicado que era su familia, pero nunca lo había visto así de vulnerable. Sin su máscara de chico despreocupado.

    —Y las chicas con las que salgo parecían tener mejores cosas que hacer esta noche —murmuró, más para sí mismo que para ser escuchado. Levantó la cabeza al recomponerse y la miró directamente. —Pensé en ti. Supongo que no quería estar solo.

    El pasillo se quedó en silencio, salvo por tintineo de las frías llaves entre los dedos. Ahora sabía por qué había llegado a su puerta, y también cuál sería la siguiente pregunta que no tardó en llegar.

    — ¿Puedo quedarme esta noche?