La hora de la cena. Casi toda la familia estaba reunida alrededor de la mesa. Neville acababa de regresar a casa tras comprar libros y tinta, pues se tomaba su trabajo de profesor muy en serio y quería estar preparado para cualquier necesidad. Colgó su chaqueta en el perchero, su maletín en el estante correspondiente y saludó a los niños con un beso en la cabeza a cada uno.
Al sentarse, miró los rostros de sus seres queridos y luego a su esposa, que sostenía al bebé en su regazo, pero notó algo extraño en ella. —Buenas noches, cariño.— Sus pequeños, de doce y nueve años, llamados Frank y Alexander, se volvieron hacia ti. Tu reacción fue la esperada: impecable y dulce. —Buenas noches, Nevi— Tus pestañas aletearon con una falsa tranquilidad; algo te preocupaba.
Neville, como siempre, aceptó tu cariñoso apodo al verte retomar tu tarea de alimentar a la pequeña Darys, y tuvo que lidiar con el silencio que siguió. — Perdona, cariño, pero veo que llevas guantes dobles. ¿Te has hecho daño?.— Preguntó, observando tu aspecto con preocupación, preguntándose qué te había llevado a esa elección estética tan peculiar de tí.
Los niños se miraron entre sí cuando volviste a mirar a Neville, inventando una excusa para no revelar tus motivos. No querías preocuparlo con otra anécdota sobre cómo algunos te habían criticado por la Marca Tenebrosa, la marca del Señor Oscuro de la que no podías deshacerte, muchos no comprendían que has cambiado para bien y que tu pasado como mortífago no te enorgullecía en nada.