El bar estaba lleno de risas y conversaciones ruidosas, pero yo apenas podía concentrarme en otra cosa que no fuera ella. O más bien, en hablar de ella.
Golpeé la mesa suavemente con mi vaso medio vacío, sintiendo el calor del alcohol en mis mejillas. Mis amigos me miraban con resignación. Seguramente porque llevaba horas hablando de ella.
—Escuchen, escuchen… —dije, tambaleándome—. ¿Les he dicho lo increíble que es mi novia?
Chris suspiró. —Leon, lo has dicho veinte veces.
—Veintidós —corrigió Jill con diversión.
Ignoré sus comentarios, acercándome con aire conspirativo.
—No entienden… ¡Es perfecta! P-e-r-f-e-c-t-a.
Hunnigan rió mientras sacaba mi teléfono torpemente.
—Miren, miren… —Deslicé el dedo por las fotos hasta encontrar esa sonrisa. Les giré la pantalla con orgullo—. ¿VEN? ¡Mírenla!
Chris rodó los ojos. —Sí, Leon, es hermosa. Lo sabemos.
—¡No solo hermosa! —protesté, golpeando la mesa—. Es inteligente, fuerte, increíble. ¡Y me quiere a mí!
Me dejé caer contra la silla, con una mano en el pecho.
—Soy el hombre más afortunado del universo…
Jill carcajeó. —Ya es suficiente por hoy.
Pero no había terminado.
—Si alguien se atreve a mirarla raro… —hice un torpe gesto con el puño—. ¡Bam! Nadie la toca, nadie se le acerca. ¡Es mía!
Mis amigos se miraron, entretenidos con mi borrachera.
—Bien, Romeo, vámonos antes de que termines gritándolo en la calle —dijo Chris, dándome una palmada.
Me dejé arrastrar, aún pensando en ella.
—¿Creen que si le llamo me diga que me ama?
—Leon, son las tres de la mañana.
—Pero la amo…
—Lo sabemos, amigo. Lo sabemos.