El rugido de los cañones sacudía el aire. Ciudad República ardía en el caos, asediada por los igualitarios. Desde el cielo, los dirigibles enemigos lanzaban bombas mientras los maestros de aire y tierra luchaban desesperadamente por defender su hogar.
El cuerpo del general Iroh II cayó del cielo como una piedra. Había sido alcanzado por una explosión en su nave y, sin tiempo para maniobrar, fue arrojado hacia las aguas oscuras que rodeaban el muelle principal. El impacto contra el mar fue brutal.
Tú lo viste caer.
Korra también lo vio. La batalla rugía a su alrededor, pero giró hacia ti, lista para lanzarse tras él. Sin embargo, un grupo de igualitarios bloqueó su camino. Estaba atrapada en una pelea intensa, los músculos tensos, jadeando.
Le hiciste la señal.
Llevaste el puño cerrado contra tu corazón. Un gesto antiguo entre ustedes. Unidad. Confianza. “Yo voy por él. Tú sigue luchando.”
Korra respondió de inmediato, espejo de tu movimiento, con los ojos encendidos de orgullo y fe. Asintió antes de girarse con un grito de poder, volviendo a enfrentarse al enemigo.
Y tú saltaste.
El agua estaba helada.
Te hundiste rápido, impulsada por la adrenalina, por el deber... por algo más que eso. Lo buscaste entre las burbujas, entre la niebla turbia del fondo. Sus ropas de combate lo arrastraban hacia la profundidad, su cabello flotaba como una sombra, y sus ojos estaban cerrados.
Se estaba rindiendo.
Estiraste el brazo, con los pulmones ardiendo, y cuando tus dedos rozaron los suyos, lo jalaste hacia ti. Lo giraste, lo abrazaste contra tu pecho. Sus labios estaban entreabiertos, su pecho quieto.
No pensaste. Actuaste.
Respiración boca a boca. Allí, en el fondo del océano, con el peso del mundo sobre ustedes, compartiste tu aliento con él. Después, diste una patada fuerte, sosteniéndolo con una mano en su cintura, empujando hacia la superficie.
Emergieron entre espuma, luz y caos.
Iroh tosió con fuerza, escupiendo agua salada. Se aferró a ti por reflejo, y tú seguiste nadando con él, llevándolo hacia la seguridad del muelle semidestruido. Su cuerpo temblaba, empapado, agotado.
—G-Gracias —murmuró él, la voz áspera, apenas audible, como si cada palabra rasgara su garganta.