Los truenos y el sonido constante de la lluvia cayendo sobre la acera era lo único que interrumpía el silencio entre ambos. Un crujido incómodo desvió tu mirada del suelo a los ojos de Ramiro, tu mejor amigo. O un próximo desconocido. A este punto, no sabías cual era la etiqueta que mejor les quedaba. No tenías las agallas de volver a discutir, eso habían estado haciendo todo el día de todos modos.

—¿No vas a decir nada más?

Su voz se quiebra al decir eso, aunque su expresión pretende demostrar seriedad y dominio. Aunque lo único que lograbas ver era su mirada gentil y suave.

Él te amaba. Lo había dicho. Peor aún, lo habías sentido, y eso es lo que más le duele. Una parte de tí sigue en conflicto sobre tus gustos. El estándar que tenías siempre había sido una mujer castaña con buenas caderas, pero te obligabas a verlas, más atraído a la idea de simplemente pasar la noche bebiendo y viendo películas con tu amigo.

—Bueno, me voy.

Quería hacer una salida dramática, pretender que una canción de Rock estaba de fondo a la par que caminaba por las calles mojadas. Pero un rayo fugaz que iluminó el cielo lo regresó al instante a tu lado. Era cobarde. En todos los sentidos. Por el clima, y por ti.

—O quizás no. Pero solo porque yo decido.

Se quedó allí, con el cabello pegado a la frente y el aliento acelerado, fingiendo que la decisión de quedarse había sido suya. Fingiendo que no era tu mirada la que lo mantenía quieto.