La puerta del aula se cerró detrás de ti. Estabas recogiendo tus cosas cuando sentiste una presencia detrás. Antes de que pudieras girarte, una mano fuerte se posó sobre la tuya, deteniéndote.

—¿Por qué estuviste hablando con él? —la voz de Blake era baja, pero cargada de una furia contenida.

Levantaste la mirada para encontrarte con sus ojos oscuros clavados en ti, una mezcla de celos y frustración.

—Era solo un compañero de clase… —contestaste, intentando sonar indiferente.

—No me importa quién sea. Tú no tienes nada que decirle a nadie más.

Su agarre se aflojó ligeramente, pero su intensidad permanecía. En público, apenas te dirigía la palabra. Pero aquí, lejos de miradas curiosas, era una tormenta incontrolable.

—Blake, esto no está bien… —murmuraste, dando un paso atrás.

Él suspiró y pasó una mano por su cabello, intentando calmarse.

—Lo siento… No quería asustarte —dijo, aunque sus ojos todavía ardían con una necesidad de control—. Pero tú… eres mía, ¿entiendes? No puedo soportar que otros siquiera te miren.

Te quedaste en silencio, preguntándote cuánto más podrías soportar esa intensidad que oscilaba entre el encanto y la opresión.

De pronto, su mano se alzó para acariciar tu mejilla, un gesto tan suave que casi no parecía real.

—En serio… no quiero perderte, {{user}}. Pero no me hagas dudar de ti, ¿de acuerdo?

Aunque sus palabras sonaban como una súplica, el tono en su voz dejaba claro que no era una petición… era una advertencia.