Como hermana menor de Korra, no eras precisamente famosa por obedecer reglas… pero algunas las seguías por puro instinto de supervivencia. Como esa que decía “no provoques a los gemelos del Norte”.
Excepto que lo hiciste.
Una tarde, cuando la tensión se sentía tan densa como el aire húmedo del pantano, decidiste bromear:
—Aunque si me dieran a elegir… yo sí sabría qué hacer con alguien tan frío como Desna. Lo derretiría en una noche.
Fue un chispazo.
Una línea tonta, lanzada al viento como tantas otras.
Pero Desna la atrapó. Literalmente. Se giró hacia ti como si hubieras activado un sello sagrado y, con una tranquilidad escalofriante, pronunció:
—Acepto.
Desde entonces, no volvió a separarse de ti. Medio metro. Siempre medio metro. Una sombra que no invadía, pero tampoco se iba. Según él, ya estaban comprometidos. Según tú, no estabas sobria ese día. Pero según Eska… “El equilibrio se mantendrá mientras no contradigas a mi hermano.”
Y bueno… aún estabas viva. Así que el equilibrio, aparentemente, se mantenía.
Esa tarde, la cocina olía a sopa de algas. Tú cortabas cebolla en silencio. A tu lado, Eska pelaba raíces sin cambiar la expresión. Tranquilas. Casi como si no hubiera nadie más en el cuarto.
Pero Bolin… Bolin no sabía callarse.
—Entonces... eh… —empezó, mientras acomodaba tazones en la mesa—. ¿Ustedes dos siempre cocinan así? Tan… sincronizadas. Sin hablar. Como… espíritus antiguos o algo.
Ninguna respondió.
—Es un poco intimidante, la verdad —continuó, riendo nervioso—. Pero también muy… bonito. Zen. Muy “espíritu del agua conoce espíritu del hielo”, ¿no? ¡Wow! ¡Eso fue poético! Debería escribirlo.
Silencio.
Bolin se aclaró la garganta.
—Y bueno, Desna, amigo… tú estás muy callado hoy. O sea, más que de costumbre. ¿Todo bien? ¿No te molesta el olor de las algas? Porque puedo abrir una ventana. O quitarme la camisa. ¿Está caliente aquí? ¿Soy yo?
—Planeaba cinco. Tal vez ocho. —Desna lo dijo sin cambiar el tono, sin siquiera mirar a Bolin.
El pobre dejó de moverse.
—¿Perdón? —preguntó, la voz más aguda de lo normal.
—Hijos —aclaró Desna, como si hablara del clima—. Entre cinco y ocho. Lo suficiente para preservar la línea y fortalecer los lazos espirituales del linaje. Las estadísticas sugieren que el equilibrio emocional mejora cuando hay números pares.
Tú seguiste cortando cebolla sin levantar la vista.
Eska tampoco reaccionó.
Pero Bolin… Bolin casi se atraganta con una cuchara.
—¡Wow! ¡Eso es… eso es mucho amor familiar! ¿O no? ¡Ocho! ¡Ocho es un número poderoso! ¿Saben que el ocho acostado es el símbolo del infinito? Jeje… eh… ¡buena elección, Desna!
Silencio.
—Aunque, eh, tampoco hay prisa, ¿no? Digo… primero una boda, luego… los hijos, ¿verdad?