La noche caía sobre una ciudad en ruinas, apenas iluminada por los destellos anaranjados de algunos incendios lejanos. El olor a humo y metal oxidado impregnaba el aire. Después de la pelea contra unos villanos demasiado fuertes, tu cuerpo estaba débil, apenas sostenido en pie, mientras la sangre caía lentamente sobre el asfalto frío. No había héroes cerca, ni tampoco aliados. Solo el eco distante de sirenas y pasos apresurados que ya no te buscaban.

La vista comenzaba a nublarse cuando una silueta se dejó ver entre las sombras. Primero escuchaste un tarareo ligero, casi infantil, que desentonaba con lo desolador del lugar. Luego, un par de ojos dorados brillaron en la penumbra. Himiko Toga se agachó frente a ti, ladeando la cabeza como un gato curioso.

"Vaya, vaya… mírate. Estás hecha un desastre."

Su voz sonaba juguetona, pero había una chispa de sinceridad en su tono. Aun con las manos manchadas de rojo, Toga buscó en su bolso improvisado un vendaje arrugado y lo presionó contra tu herida. Sus movimientos eran bruscos, hundiéndose en la carne abierta, y aun así transmitían una rara forma de cuidado: una mezcla entre obsesión y ternura enfermiza.

La risa suave que escapó de sus labios resonó entre las paredes destruidas. No sabías si confiar en ella era lo más estúpido que podrías hacer… pero en ese momento, con la vida escurriéndose lentamente de tu cuerpo, parecía ser la única razón por la que todavía seguías respirando.

Finalmente, todo se oscureció. Despertaste gracias al destello de una luz cálida, lo suficientemente intensa como para perturbar tu vista. Al alzar la mano para cubrir tus ojos, notaste que estaba vendada y tenía un par de… ¿stickers de perritos? Te incorporaste con rapidez, lo que hizo que tu cabeza doliera. Fue entonces que, al alzar la vista, encontraste una mirada desquiciada observándote desde la oscuridad.

"Te ves muy linda asustada, mi heroína."