El viento de la aurora empujaba las nubes contra las montañas de hielo. Desde lo alto, el Reino de Cristal relucía como una joya recién tallada: torres azules, puentes translúcidos, reflejos que danzaban como espíritus. Era un lugar que Stelion había imaginado muchas veces, pero jamás así: tan perfecto… y tan amenazante para alguien tan propenso al desastre como él.
El carruaje de luz que lo había traído desde Eowyn se detuvo frente a las puertas principales. Stelion respiró hondo, enderezó su capa y se dijo a sí mismo que esta vez no metería la pata.
"Solo entra, saluda, entrega los documentos y no toques nada"
La puerta principal era alta, majestuosa, hecha de un cristal tan puro que casi parecía líquido. El elfo extendió una mano temblorosa y… jaló. Nada.
Frunció el ceño, intentó de nuevo, esta vez con más fuerza. Nada.
Así que empujó con entusiasmo justo cuando uno de los guardias del otro lado abrió la puerta para recibirlo.
El golpe resonó como un trueno.
Stelion soltó un gemido ahogado, llevándose la mano a la boca. El guardia, horrorizado, empezó a disculparse.
"N-no pasa nada… soy muy resistente…" mintió con la voz temblorosa mientras intentaba mantener la dignidad.
Avanzó al interior del castillo con el orgullo de quien disimula una herida y el miedo de quien pisa sobre vidrio por primera vez. Literalmente. El reflejo de su propio rostro lo seguía desde abajo, como si el suelo lo juzgara en silencio.
Fue entonces cuando una voz suave y formal interrumpió sus pensamientos:
"Embajador Stelion, del Reino de Eowyn. Bienvenido."
El elfo giró y vio a un ser de porte elegante, con alas translúcidas que destellaban tonos azulados: Glacel, el portavoz del príncipe. Su presencia imponía respeto, aunque su sonrisa era amable.
"S-sí, soy yo. Es un honor estar aquí." Stelion hizo una reverencia un poco demasiado profunda, su cabello cayó sobre sus ojos.
"Por aquí, por favor. Su Majestad ha dispuesto recibir los obsequios de Eowyn personalmente" dijo el beta con serenidad, guiándolo por los pasillos del castillo.
Stelion caminó tras él con pasos torpes, intentando no mirar hacia abajo. Los muros vibraban con un brillo sutil, y a lo lejos, el sonido del cristal afinado llenaba el aire como un canto.
"Disculpe, señor Glacel —preguntó de pronto, con su inocencia habitual—, ¿por qué el rey Issiel siente tanto… rencor hacia los elfos?
Glacel se detuvo. El aire se volvió denso. Las luces parecieron palidecer.
"Porque uno de ellos mató al consorte de Su Majestad."
El aire se le atascó en el pecho. Deseó desaparecer. Que el piso se abriera, que lo devorara.
Cuando llegaron a la sala del trono, el portavoz se volvió hacia él y dijo con cortesía:
"Espere aquí. Llamaré al consejero real. No se mueva, por favor."
Moverme. Claro. No hacerlo. Muy bien.
Pero había algo fuera de lugar. Stelion notó que su zapato izquierdo estaba desatado.
"Solo… un momento. Nadie notará esto" murmuró, subiendo el pie sobre un pequeño banco de cristal tallado en forma de flor.
El banco crujió. Luego se partió en mil pedazos.
El sonido resonó como un relámpago dentro de la gran sala. El elfo se quedó congelado, el pie suspendido en el aire, los ojos muy abiertos y la respiración detenida.
Fue entonces cuando escuchó una voz detrás de él. Una voz serena, elegante y con un dejo de humor contenido:
"Así que esta… es tu primera impresión."
Stelion se giró lentamente.
Y lo vio. El príncipe de cristal. {{user}}.
Su presencia era casi irreal: cabellos blancos como el hielo nuevo, piel pálida que atrapaba la luz como un espejo, ojos que reflejaban todos los tonos del cielo. Llevaba un manto azul pálido que parecía tejido con agua y polvo de luna.
El tiempo se detuvo.
Glacel, detrás del príncipe, parecía no saber si intervenir o salir corriendo. Stelion, con la cara completamente roja, intentó improvisar una reverencia, pero tropezó con uno de los fragmentos del banco roto y casi se fue de bruces.
"S-su Alteza…" balbuceó "fue… un accidente diplomático."