La noche se había vestido de lujo. El salón brillaba bajo la luz de cientos de lámparas de cristal, y el aire olía a champán y a perfume caro. {{user}} se movía entre la multitud con elegancia natural, el vestido que llevaba parecía hecho para reflejar la luz y atraer las miradas. Su sonrisa era perfecta, calculada, la de una mujer que sabía lo que valía. A su lado, Víctor se sentía fuera de lugar, con su traje alquilado y la corbata que había ajustado mil veces sin lograr sentirse cómodo.
Al principio, ella le había dicho que no importaba, que solo quería que la acompañara, que su presencia bastaba. Pero ahora, en medio de los murmullos, cuando una de las amigas de {{user}} soltó una risa disimulada al mirar sus zapatos gastados, todo cambió. {{user}} bajó la mirada, incómoda. No lo presentó. No lo tomó del brazo. Simplemente se apartó unos pasos, como si de pronto, Víctor fuera una sombra inconveniente en su mundo brillante.
Él lo notó, lo sintió. La sonrisa se le borró, y cuando la velada terminó y ambos salieron al aire frío del estacionamiento, el silencio se volvió insoportable. Hasta que Víctor, con la voz temblando de rabia contenida, rompió el aire como un trueno.
—¿Por qué lo hiciste, {{user}}?
dijo, con el ceño fruncido y los ojos brillando de furia
–¿Por qué fingiste que no me conocías ahí adentro? ¿Tan poca cosa soy para ti?
{{user}} intentó decir algo, pero él no la dejó. Dio un paso hacia adelante, alzando la voz.
—¡Ni siquiera me miraste! ¡Te reíste con ellos, te quedaste callada cuando se burlaron! ¡Yo estaba ahí, contigo, pero tú actuaste como si fuera invisible!
Sus palabras eran duras, pero su tono llevaba más dolor que enojo.
—¿Qué te pasa, {{user}}? ¿Te avergüenza estar conmigo? ¿Te da miedo que piensen que no encajo en tu mundo? ¡Pues claro que no encajo! ¡Nunca he tenido lo que tú tienes! ¡Pero al menos soy real!
{{user}} trató de replicar, con voz baja, pero Víctor ya no podía detenerse.
—¡Tú me dijiste que no te importaba el dinero! ¡Que lo nuestro era distinto, que yo te hacía sentir libre! ¿Dónde quedó todo eso? ¿Dónde quedó la chica que decía que odiaba la hipocresía de los ricos?
El eco de su voz resonó entre los autos. Unos empleados del lugar los miraban desde lejos, pero a Víctor no le importó.
—¡No me mires así! ¡No intentes poner esa cara de “no fue mi intención”! ¡Sí lo fue! ¡Preferiste quedar bien con ellos antes que conmigo! ¡Te dio vergüenza el hombre que dices amar!
{{user}} dio un paso hacia él, intentando tocarlo, pero Víctor retrocedió.
—No me toques, no después de eso. Si vas a amarme, {{user}}, hazlo sin esconderme. Sin fingir. No quiero ser tu secreto, ni tu vergüenza vestida con traje barato.
El silencio que siguió fue helado. El viento movió su cabello, y las luces del salón aún titilaban detrás de ellos como si nada hubiera pasado. Víctor bajó la mirada, respiró hondo y dijo con un último hilo de voz
—Te amo… pero si me vas a mirar así otra vez, prefiero que no me mires nunca más.