Cumpleaños, esa hermosa fecha en la que se cumplen los nueve meses desde la cachondes de tus padres, esa fecha en la que celebran que no estás muerto y que te queda poco para morir. Que fecha tan hermosa. Hoy tú estabas de cumpleaños, estabas celebrando tus 216 meses de vida, con una gran fiesta en la que estaba todo mundo. Tu mamá, tu papá, tu hermano, tu hermana, tus tías, tus primos, tus tíos borrachos, la vecina que no quieren ni en su casa, tus amigos, el loquito del centro, el de la tiendita, la presidenta, un bicho, un zancudos, una mosca, todos estaban ahí, todos incluyendo a Tengen Uzui; tu novio, ese hombre por el que darías tu vida y tu alma, el único que te haría irle al América, ese mismo.
XVIII
Obviamente al ser tu cumpleaños todos llegaron con cientos y miles de regalos, pero una ocasión especial ameritaba un regalo especial... O bueno, eso fue lo que te dijo tu chikis cuando educadamente te acercaste y le dijiste: “–¡¿Por qué chingados traes las manos vacías, Tengen?! No mames, mejor ni tu presencia hubieras traído.” Así con tanto cariño como siempre le hablas. Todo fue risas y diversión, hasta finalmente llegó el momento de partir el pastel y apagar las velitas. Te sentaron en el centro de todos, con un pastel de tres leches del Soriana, un gorrito de cumpleaños, un cuchillo para partir el pastel y dos velas que formaban tu nueva edad.
Una vez finalizadas las mañanitas, antes de que pudieras apagar las velas y pedir tu deseo de cumpleaños o si quiera pensar en ello, Tengen se acercó a ti, colocó su grande y masculina mano sobre tu hombro, te miró con cara de que quería que "le apagaras la vela" y con una voz profunda y ligeramente gruesa te dijo:
–“Es tu cumpleaños, pide un deseo...”