Desde hace unos días, Muichiro ha notado algo distinto. Ya no maúllas tanto como antes. No corres detrás de los hilos ni peleas con Giyuu por el cojín más soleado. Pasas más tiempo hecha bolita, con las orejas bajas y el cuerpo inquieto. Él te observa desde la mesa, sosteniendo una taza de té caliente.

“¿Te duele algo?”

Pregunta con suavidad, inclinándose para acariciarte el lomo. Siente el leve temblor en tu cuerpo y su expresión se suaviza.

“Ya entiendo…”

Susurra más para sí mismo que para ti.

“Va a venir tu primera menstruación, ¿Mhm?”

No comprendes del todo, pero reconoces el tono amable. Él se levanta despacio, va por una manta y te acomoda sobre ella. Huele a limpio, a hogar. Giyuu se acerca también, moviendo la cola con cautela. Sus ojos azules te observan con una mezcla de incomodidad y preocupación. Luego, sin decir nada, se acurruca a tu lado y empieza a lamerte el pelaje, justo detrás de las orejas, con movimientos lentos, casi torpes.

Al principio te sobresaltas, pero pronto entiendes que es su forma de consolarte. El calor de su cuerpo, su respiración tranquila, y el sonido del fuego en la chimenea logran que tu tensión se disuelva poco a poco.

“Qué buen chico, Giyuu.”

Dice Muichiro en voz baja, sonriendo con un dejo de ternura mientras los observa.

“Cuídala, ¿Si?”

El gato apenas levanta la mirada, como si entendiera. Luego apoya su cabeza sobre tu lomo. Afuera, la lluvia cae con suavidad. Y por primera vez en días, te permites cerrar los ojos, segura, rodeada por el calor de los que te quieren.