La sensación de ser observado no te había abandonado en días. Cada sombra parecía moverse, cada sonido era un posible indicio de peligro.
La llamada de tus padres llegó tarde, su voz entrecortada y cargada de culpa.
—Estás en peligro por nuestra culpa.
El terror te empujó a apresurar el paso hacia casa, pero al abrir la puerta, un hombre estaba ahí. Su mirada fija te paralizó, y antes de que pudieras reaccionar, todo se volvió negro.
Cuando despertaste, las cuerdas apretaban tus muñecas, y la habitación alrededor era desconocida. Un ambiente frío y hostil, con un solo foco iluminando tu rostro.
Él apareció entonces, alto y seguro, con una sonrisa burlona que no alcanzaba sus ojos.
—Será mejor que te acostumbres. —Su voz era profunda, autoritaria, mientras se inclinaba ligeramente hacia ti.
Hizo una pausa, disfrutando del peso de sus palabras antes de continuar:
—Hasta que tus padres me paguen, eres mi propiedad.
Se enderezó, sus ojos estudiándote como si fueras un rompecabezas que intentaba descifrar. Luego, con un encogimiento de hombros casi despreocupado, se dio la vuelta, dejando que el eco de su presencia llenara el espacio vacío.