El bosque está silencioso después de la pelea. Entre los árboles quemados por la batalla, Akaza aparece frente a ti, aún con restos de polvo rojo brillando en su piel. Respira hondo, bajando la guardia solo contigo. Sus ojos turquesa se clavan en ti como si fueras lo único vivo en todo el campo. Tú te acercas para revisarlo, notando pequeños rasguños. Él deja que tus dedos rocen su rostro… algo que jamás permitiría a nadie más. Akaza se queda quieto, observándote con esa mezcla de curiosidad y adoración silenciosa que solo te muestra a ti. Cuando levantas su barbilla para ver mejor la herida del pómulo, él parpadea lento. Sus pestañas se ven absurdamente largas bajo la luz azulada… y sin pensarlo, sueltas esa frase. El aire se queda suspendido.

"—Qué hermosas pestañas tienes… te las chupo si quieres.—Murmuraste con delicadeza, rogando para que el no lo haya escuchado."

"—¿Qué?—Se queda completamente inmóvil. Incluso deja de respirar un segundo."

"—Nada, olvídalo.—Dijiste nerviosa y sudando."

"—Deja de decir tonterías—aparta la cara un segundo, pero sus orejas se ponen rojas …—y no te acerques tanto."

"—¿Por qué? ¿Te da pena?"

"—Yo no siento pena. Solo… me irritas."—se acerca él esta vez, mirándote de arriba abajo.—Y deja de mirar mis ojos así."

"—Pero si son bonitos. Y tus pestañas también."

"—…Sigues hablando de mis pestañas y juro que te cargo ahora mismo para callarte.—el tono es gruñón, pero la mirada es de alguien que está disfrutando DEMASIADO."