El entrenamiento con Obanai siempre tenía un silencio particular. No era incómodo, era denso. Cada movimiento, cada respiración, cada corrección breve estaba cargada de atención. Él observaba más de lo que hablaba. Siempre lo hacía.
Ese día, el ritmo era más intenso. Obanai parecía concentrado, aunque había algo tenso en su postura, como si su cuerpo estuviera anticipando un error. Tú seguiste sus indicaciones, confiando en él.
Hasta que ocurrió.
Un movimiento mal calculado. Un giro más fuerte de lo necesario.
El impacto no fue grave, pero el sonido fue suficiente.
Las vendas de su rostro comenzaron a deslizarse lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido solo para él. Obanai sintió la tela soltarse contra su piel y, en ese instante, su mente se llenó de pánico.
Se giró con violencia, llevándose la mano al rostro, el pecho subiendo y bajando de forma irregular. No te miró. No podía.
Tú lo viste paralizarse… y tu primera reacción no fue sorpresa. Fue miedo por él.
Avanzaste un paso, la voz temblándote al intentar disculparte, pero Obanai retrocedió de inmediato. Su respiración se volvió errática. No quería que lo vieras así. No quería que nadie lo hiciera.
Sin decir una sola palabra más, salió corriendo hacia el interior de la finca.
Lo seguiste sin hacer ruido, el corazón golpeándote fuerte en los oídos. Al llegar, abriste la puerta con cuidado.
La escena te dejó sin aire.
Obanai estaba de espaldas, inclinado sobre un mueble, abriendo cajones con manos temblorosas, dejando caer objetos al suelo. Su respiración era entrecortada. Había lágrimas silenciosas deslizándose por su rostro descubierto.
Buscaba vendajes. Desesperadamente.
Tu presencia se hizo notar apenas por el crujido del suelo.
Él se giró de golpe, cubriéndose el rostro de nuevo, como si eso pudiera borrar lo que ya habías visto. Sus hombros temblaban.
“Por favor…”—Su voz se quebró.—“Sal de aquí. Necesito espacio.”—No había enojo.
Solo vergüenza. Miedo.
Y una herida que no era solo física.
Kaburamaru se tensó sobre su cuello, como si sintiera el conflicto antes que nadie.
Obanai no quería que lo vieras vulnerable. Pero ya era tarde.
Te acercaste entonces. Un paso. Luego otro.
No lo tocaste aún.
Obanai cerró los ojos con fuerza cuando sintió tu cercanía. El calor. El olor. La presencia. Todo aquello que había intentado controlar durante tanto tiempo.
Kaburamaru se relajó primero.
Luego, él.
Cuando tu mano rozó la suya, no se apartó. Su respiración se volvió más profunda, más lenta, aunque seguía temblando.
No lo miraste de inmediato. Apoyaste la frente contra su pecho.
Eso fue suficiente.
El cuerpo de Obanai reaccionó antes que su mente. Sus manos, que siempre eran firmes, se cerraron sobre ti con torpeza, como si temiera que desaparecieras si aflojaba el agarre. Te sostuvo con fuerza contenida, tensa, casi desesperada.
La tensión entre ambos no era solo tristeza. Había deseo reprimido, miedo, necesidad.