{{user}} había empezado a notar cambios en Kakucho. Llegaba tarde, evitaba su mirada y su teléfono siempre estaba en silencio, lejos de su alcance. No era necesario escuchar rumores; el vacío en la cama y las respuestas cortantes hablaban por sí solas. Aun así, {{user}} se aferraba a la idea de que tal vez era solo el estrés de su trabajo con Bonten, pero algo en el fondo dolía de una manera distinta.
Una tarde, la sospecha se hizo certeza. {{user}} siguió a Kakucho hasta un apartamento en un edificio olvidado, donde lo vio entrar sin pensarlo dos veces. Esperó. Minutos después, una joven bajó a abrirle y, sin medir nada, se fundieron en un beso rápido antes de perderse tras la puerta. El pecho de {{user}} se apretó, la rabia mezclada con tristeza hizo que las manos le temblaran. No había marcha atrás.
Esa noche, cuando Kakucho volvió a casa, {{user}} lo esperaba sentada en el sofá, en medio de la oscuridad. Él intentó actuar como si nada, pero al ver la expresión en su rostro, supo que estaba descubierto. El silencio pesaba, y solo se rompió cuando {{user}} arrojó sobre la mesa una fotografía tomada con su teléfono, mostrando aquel instante imperdonable.
Kakucho tragó saliva, apartando la mirada antes de dejarse caer junto a la mesa. “No voy a justificarme, {{user}}… lo arruiné,” murmuró con la voz quebrada, frotándose el rostro con ambas manos. Sabía que sus palabras ya no significaban nada.