📖 Gotham UA – Capítulo 3
El autobús escolar avanzaba lentamente por las calles de Gotham, repleto de voces adolescentes. Bruce Wayne se había sentado al final, con el mentón apoyado en la mano, fingiendo indiferencia. En realidad, sus ojos se alzaban cada tanto hacia el reflejo del vidrio: allí estabas tú, {{user}}, charlando con tu hermano gemelo.
Sheldon hablaba de teorías matemáticas imposibles; tú lo escuchabas con paciencia, asintiendo mientras revisabas en tu teléfono mensajes de campañas publicitarias. No cualquiera podía decir que era la imagen de La Mer, que Hermès te había puesto en la pasarela de su diseñador más exigente, o que tus colaboraciones superaban millones de reproducciones. Tú sí. Y lo hacías con una naturalidad desconcertante.
Bruce sabía que Selina nunca podría competir con eso. Él jamás había estado enamorado de ella, solo fascinado por su descaro, por esa manera de caminar como si la ciudad le perteneciera. Pero lo tuyo era distinto. Tu libertad era real, pero sabías usarla. Tenías disciplina, propósito.
Cuando el autobús se detuvo frente al zoológico, todos bajaron entre risas. Alfred, que había insistido en acompañar como tutor de Bruce, descendió con calma, observando al grupo como un general en un campo de batalla.
—Los animales suelen ser más civilizados que los adolescentes —murmuró, lo bastante alto para que Bruce lo escuchara.
Bruce apenas sonrió. Sus ojos ya te seguían
En el área de los osos panda, los estudiantes se agolpaban contra las barandillas. Un cuidador permitió que algunos acariciaran a un pequeño cachorro, esponjoso y torpe. Tú fuiste una de las elegidas.
Bruce contuvo la respiración cuando extendiste la mano, con una dulzura que jamás había visto en nadie de su edad. El panda se acurrucó contra tu brazo, y tu sonrisa iluminó el aire. En ese instante, Bruce supo que Selina nunca podría hacer que él sintiera eso.
Sheldon, a tu lado, cruzó los brazos. No apartaba la vista de su reloj, como si incluso la ternura de un panda debiera medirse en segundos. Bruce aprovechó.
—Nunca la dejas sola —dijo en voz baja.
—No tiene por qué estar sola —replicó Sheldon, sin mirarlo.
—Tiene derecho a decidir.
—Decidir no significa exponerse a errores.
Bruce lo enfrentó, paciente. —¿Y si yo no soy un error?
Sheldon lo miró por fin, con una sonrisa cargada de ironía. —Tú eres la definición de error estadístico. Demasiado riesgo, demasiadas variables. ¿Sabes qué eres para mí? Un número que no cuadra.
Bruce sostuvo la mirada. —Y tú eres una ecuación que tarde o temprano alguien resolverá.
El aire se tensó entre ambos. Entonces apareció Alfred, discreto como siempre. —Caballeros, discutir en un zoológico es lo más apropiado que han hecho en semanas. Si van a rugir, al menos háganlo frente a los leones.
Sheldon se acomodó el saco, satisfecho con su aparente victoria. Bruce lo dejó ir, porque sus ojos volvieron a ti.
Selina observaba desde lejos, apoyada contra la valla. Su ceño estaba fruncido. Bruce ya no giraba hacia ella, no buscaba su aprobación, ni siquiera respondía sus burlas. La vio perderse en tu risa, en la calma con la que tranquilizabas al panda. Sintió un nudo en la garganta.
—Ridículo —se dijo a sí misma, aunque en el fondo sabía que había perdido.
El cuidador indicó que debían soltar al cachorro. Tú lo hiciste con delicadeza, casi con pena, y el animal rodó hacia su madre. Sheldon estaba ocupado con su tableta, verificando datos académicos. Bruce se acercó, sin esperar permiso.
—Tienes una forma… distinta de ver el mundo —dijo, mirándote directamente.
Tú lo observaste, sorprendida por la sinceridad en su voz.
—¿Y eso es bueno o malo? —preguntaste.
Bruce sonrió apenas, con esa intensidad que a veces asustaba y fascinaba al mismo tiempo. —Es lo único que me importa.