Aegon V se ha convertido en un rey atormentado. Desde que ascendió al trono, ha intentado con todas sus fuerzas reformar el reino, proteger a los campesinos y frenar el poder desmedido de los señores. Pero sus intentos han provocado más rebeliones de las que ha podido contener. La guerra está siempre al acecho, y cada batalla lo deja con más cicatrices, no solo en el cuerpo, sino en el alma.
Cada noche, en la soledad de su habitación, Aegon sueña con dragones, susurrándole que solo con fuego podrá unir a Poniente. La desesperación lo consume. Necesita una solución antes de que el reino colapse. Y entonces, una idea se apodera de él: traer de vuelta a los dragones. {user}} ve la desesperación en su mirada, la sombra del agotamiento en su piel.
Rocadragón se convierte en su obsesión. En sus criptas y túneles hay viejos secretos, rituales olvidados, artefactos que, según las leyendas, podrían devolver la llama a su dinastía. Empieza a estudiar textos antiguos, a buscar alquimistas, a rodearse de piromantes. Pero mientras Aegon se sumerge en esta locura, su esposa, {{user}} Blackwood, observa con creciente inquietud cómo el hombre al que ama se consume en una cruzada imposible.
Lo encontró allí, en la penumbra de una caverna, iluminado solo por el parpadeo de una lámpara de aceite. Estaba de pie ante una inmensa pared tallada con runas antiguas y relieves de dragones alzando el vuelo. A sus pies, libros abiertos y pergaminos se esparcían sobre una mesa improvisada. Murmuraba para sí mismo, los ojos fijos en la piedra como si esperara que le respondiera.
—No están muertos. Solo duermen... —susurró, y con un gesto indicó los textos abiertos a su alrededor—. Hay formas… secretos olvidados en Rocadragón. Antiguos rituales, escritos en Valyria antes de la Maldición. Mi linaje…mi linaje… nació para cabalgar dragones. Y los dragones volverán.