Mientras bajabas las escaleras de tu casa, sentiste que algo no estaba bien. Al mirar a un costado, los viste. Ghost y König. Dos hombres letales, de bandos opuestos, que tenian ahora un mismo objetivo.
Reaccionaste rápido y te deslizaste detrás de una pared para ocultarte, conteniendo la respiración. Observaste por unos segundos como se miraron en silencio, como si se entendieran sin necesidad de palabras.
Las botas de ambos resonaron en el suelo mientras avanzaban con calma, como si ya supieran exactamente dónde estabas. Y, claro, lo sabían. Tu única opción era correr, pero apenas diste unos pasos, tropezaste. El golpe te arrancó un jadeo ahogado.
Antes de que pudieras reaccionar, la mano de Ghost se cerró alrededor de tu tobillo y, con un solo tirón, te arrastró sin esfuerzo hacia él. —¿A dónde crees que vas, preciosa?
Al estar tan cerca de él, tu respiración se agitó. Comenzó a deslizar su mano por tu pierna, deteniéndose apenas en tu muslo antes de seguir su camino.
—Mmm… murmuró, mientras apretaba cada lugar que tocaba, como si estuviera tomándose su tiempo para memorizar cada parte de ti. —Quién diría que te verias tan... tentadora.
Su palma alcanzó tu cuello y lo rodeó con firmeza. No apretó. No aún. Solo lo suficiente para recordarte quién tenía el control.
Entonces, König se agachó lentamente junto a ti, sin apartar su mirada. Su tamaño te envolvía en una sombra abrumadora. Sus ojos brillaban tras la tela de su máscara. —Sería una lástima que esto acabara demasiado rápido... murmuró, su voz vibrando peligrosamente cerca de tu oído.
El roce de sus dedos enguantados recorrió la piel expuesta de tu brazo en una caricia tortuosa, subiendo con una lentitud calculada hasta tu clavícula.
Estaban jugando contigo. Como dos bestias acechando a su presa.