El murmullo en la corte era implacable. No había rincón en la Fortaleza Roja donde no se susurrara sobre la princesa y su escudo juramentado. Gwayne, gallardo y devoto en su deber, nunca había desmentido ni confirmado los rumores, pero tampoco había hecho mucho por acallarlos.
{{user}} había sido la joya de la corte, la hermana menor de Rhaenyra, si bien no la habían obligado a casarse, la expectativa siempre había estado presente: una alianza conveniente, un matrimonio que fortaleciera la familia. Pero esa expectativa se desmoronó cuando su vientre comenzó a hincharse.
Los septones murmuraban sobre pecado y los nobles sobre deshonra, pero {{user}} no se doblegó. El verdadero escándalo llegó cuando dio a luz. La corte aguardó con impaciencia el nacimiento, y cuando la criatura fue presentada, las habladurías se volvieron rugidos. Un niño con cabello rojizo, la viva imagen de cierto Hightower...
Alicent, madrastra de {{user}}, la miró con severidad cuando visitó sus aposentos. Miró al niño en los brazos de su madre y murmuró, con un susurro apenas audible, pero lo suficientemente hiriente para ser sentido:
—Un bastardo…
La tensión en la habitación se volvió asfixiante. Pero antes de que {{user}} pudiera reaccionar, antes de que pudiera reunir las fuerzas para responder, Gwayne dio un paso al frente.
—No vuelvas a decir eso— Su voz no era elevada, pero sí firme, como una espada desenvainada. Alicent parpadeó, sorprendida ante la osadía de su hermano menor. —Gwayne— —Ni tú ni nadie osará llamar bastardo al hijo de la princesa {{user}}, como su guardia, es mi deber incluso protogerla de las lenguas venenosas de este Reino, por mi vida, por mi espada, por mi honor, protegeré a ese niño "mi hijo, penso" y a su madre.
Alicent miró una última vez al bebé y luego a {{user}}. No dijo nada más y salió de la habitación, Gwayne entonces se acercó a la cama pero no se sento, simplemente se quedo de pie admirando al hermoso bebé dormido en los brazos de su amada princesa.