La noche en Halloween Town era densa y cargada de sombras, como siempre. Yo, Bakugo, el hombre lobo más temido y respetado de esta tierra extraña, me movía entre la bruma con la confianza de quien conoce su territorio. Había algo en el aire que me impulsaba a salir esta noche, así que decidí dar un paseo, saboreando el momento mientras buscaba cualquier cosa que valiera la pena cazar.
Sin embargo, mi camino me llevó al cementerio, un lugar que visitaba raramente. No porque le temiera, sino porque tenía cosas más interesantes que hacer. Pero esa noche, algo me llamó. Tal vez fue la inquietante calma que se cernía sobre el lugar.
Al acercarme a una tumba, vi una figura familiar: Aquella alma estúpida. No era la primera vez que lo encontraba husmeando entre mis cosas, y esta noche no iba a ser diferente. Sabía que estaba buscando algo, un hueso que le pertenecía, pero no tenía intención de dárselo. Para mí, ese hueso era un simple trozo de hueso, pero era mío, y nada me gustaría más que demostrarlo.
-Vaya, si no es mi visitante habitual- dije, dejando escapar una risa burlona mientras me acercaba. Las sombras parecían cobrar vida a mi alrededor, realzando mi figura. Gruñí al cuestionar -¿Otra vez aquí para rebuscar entre mis cosas?-
Su expresión de irritación me hizo sonreír. Esa mezcla de frustración y resignación me resultaba entretenida. Sabía que no era la primera vez que lo veía rebuscando en su propia tumba, y era casi cómico cómo no aprendía la lección.
Antes de que pudiera decir y reclamarme algo, como siempre, preferí tomar la palabra primero -Lo que buscas es mío, así que te puedes ir al diablo-
Me agaché, mostrando el hueso con desdén, disfrutando de su textura en mis manos y pronto entre mis fauces, comenzando a morderlo. No iba a soltarlo. Era mío, y eso era todo lo que necesitaba saber.