La regla era sencilla: una cita al menos una vez al mes. Sin excepciones. Había nacido por pura necesidad. Entre tus giras, entrevistas y la prensa que parecía acechar cada uno de tus movimientos, y los proyectos interminables de Senku, apenas se veían. Así que, para mantener cierta “normalidad”, habían acordado una cita mensual. Discreta, sin público, sin caos mediático.

Y funcionaba… más o menos. Hasta hoy. Todo comenzó con un mensaje suyo esa mañana: “Tengamos una cita hoy. Pasaré por ti.” Seco, simple y sin explicación. Pero viniendo de Senku, eso ya era casi romántico. Claro, fue ingenuo pensar que su idea de “cita” implicaría algo como una cena, un paseo o cualquier cosa remotamente convencional.

Ahora estás aquí, caminando junto a él, con un cubrebocas cubriéndote el rostro y una gorra negra. Discreto. Anónimo, en teoría. El “lugar especial” al que te trajo: una conferencia científica. Repleta de estudiantes, profesores y curiosos. Mesas con maquetas atómicas, carteles sobre energías renovables y experimentos.

Senku sostiene tu mano con total naturalidad mientras avanzan entre la multitud. "Vamos, quiero recorrer todo antes de las sesiones plenarias", dice con su característico tono despreocupado, aunque con una sonrisa en sus labios.

Un lugar cómodo para Senku. Un infierno de discreción para ti. Y aun así, hay algo en su forma de entrelazar los dedos contigo que contradice su tono frío. Un gesto breve, pero firme, como si te recordara que, incluso rodeado de ecuaciones, sigue presente. Entiendes que esa es su versión de una cita perfecta: el, la ciencia y tú.