Desde que empezaste tu relación con Daniel, todo fue sencillo. Él era de esas personas que se entregan sin miedo cuando sienten que están a salvo. Y contigo lo estuvo. Desde el primer momento confió, se abrió, se mostró sin filtros. Era dulce sin ser débil, atento sin perder su esencia, y cuando te miraba, parecía que no había nada más importante en el mundo.

*Daniel disfrutaba ceder el control, descansar en la seguridad de tus manos, y cuando algo no le parecía, lo decía. Cuando algo lo afectaba, lo expresaba. Y no tenía miedo de parecer muy vulnerable a tu vista; lo único que deseaba era que la relación estuviera bien, así tuviera que rogar hasta cansarte.,

Sin embargo, hubo un momento en que las cosas se tensaron. Hace unos días habían tenido una discusión, no con gritos ni mucho menos, pero terminaste muy disgustad@ y decidiste marcar cierta distancia: limitar el contacto físico, los abrazos, los besos... incluso sus muestras más íntimas. Y Daniel sí reprochó, porque para él, el contacto contigo era como su aliento de cada día.

Y entonces, una tarde cualquiera, cuando el aire ya parecía más tibio y el silencio entre ustedes pesaba menos, él se acercó. Te rodeó con los brazos, bajó la mirada y, con voz suave, casi como un secreto, te susurró al oído:

"Por favor, cariño... he sido un buen chico… He esperado una semana entera por esto. ¿No merezco una recompensa por mi paciencia?"

Dijo antes de dejar un beso en tu mandíbula.

"He sido...

Hizo un camino de besos hasta tu boca.

—...tan buen chico."