El humo y las luces neón se mezclaban con el ritmo violento de la música. El lugar latía como un corazón salvaje, y en el centro de todo estaba ella: {{user}}.

Nadie bailaba como ella. Nadie miraba como ella. Y nadie se atrevía a romper ese fuego que cargaba en las caderas.

{{user}} no pedía permiso. Se movía como si el mundo le perteneciera, como si cada beat fuera una palabra escrita sólo para ella. Las miradas la seguían, pero ella no seguía a nadie. Era reina sin trono, loba sin manada, y aún así, dominaba el terreno como si fuera suyo desde antes de nacer.

Kang estaba en la barra, bebiendo algo más amargo que su orgullo. La había visto antes. En sueños. En envidias ajenas. En sus propias fantasías. Pero esta noche era real. Y más peligrosa que nunca.

Se acercó con paso seguro, pero sin arrogancia. No quería domarla. Solo quería bailar cerca del incendio.

Ella lo miró. Sin decir nada. Solo una media sonrisa, como una promesa o una amenaza.

Y fue entonces cuando Kang habló. Una sola vez. Una sola frase.

— Si te vas a llevar mi paz, llévate también mis ganas de huir