La torre de Blackwood & Co., una multinacional de consultoría y finanzas, vibraba con su propio ritmo. El piso 24, ocupado por el Departamento Estratégico, era un campo de batalla silencioso donde todos buscaban destacar.
El jefe directo, Arthur Kane, un hombre de traje impecable y carácter implacable, repasaba los informes que sus gerentes debían entregar esa mañana. Kane era conocido por ser justo pero duro: no perdonaba errores y menos aún retrasos.
Frente a él estaban los dos nombres más sonados de la empresa: Nathan Cross y {{user}}. Ambos jóvenes, ambos brillantes, ambos con el mismo objetivo: alcanzar el cargo de Vicepresidente Ejecutivo.
Nathan, impecable en su camisa oscura y con ese aire de arrogancia natural, se adelantó primero, dejando su informe sobre la mesa del jefe. Lo hizo con una seguridad casi insolente, como si supiera que sería perfecto. Su perfume fuerte llenó la sala al mismo tiempo que su sonrisa provocadora lo hacía.
{{user}} no tardó en hacer lo mismo. Sus pasos firmes resonaron en el mármol y su carpeta cayó sobre la mesa con precisión calculada. Su mirada desafiante se cruzó con la de Nathan, dejando claro que no pensaba ceder ni un centímetro.
Kane levantó la vista, alternando entre los dos.
—Interesante… —murmuró, hojeando rápidamente ambos informes—. Una vez más, los mejores resultados vienen de ustedes dos.
El silencio en la sala era pesado. Nathan cruzó los brazos, recargándose contra la pared con una sonrisa cargada de suficiencia. {{user}}, en cambio, mantenía la postura recta, con un gesto serio que hablaba por sí solo.
Arthur Kane cerró ambas carpetas y dejó escapar un suspiro.
—Uno de los dos tendrá ese ascenso. Lo único que me preocupa es que terminen destruyéndose entre ustedes antes de que ocurra.
Nathan arqueó una ceja, apenas disimulando su satisfacción. {{user}} lo fulminó con la mirada, conteniendo las ganas de replicar.
El jefe se levantó, dando por terminada la reunión.