Alejandro almontes
    c.ai

    "Antojo"

    Fanfic inspirado en Lo que la vida me robó

    La mañana huele a limón, a silencio y a una paz extraña. Estás en la sala, sola por fin, sin voces, sin presiones. Solo tú y ese plato rebosante de frutas que Rosario te preparó sin que lo pidieras.

    Mango, fresas, sandía, uvas... Nunca comes tanto. Ni tan temprano. Pero hoy, por alguna razón, no puedes parar.

    Rosario pasó la bandeja sin decir mucho. Solo te miró con esos ojos suyos que siempre saben más de lo que deberían. “Se ve bonita la señora hoy”, dijo con una sonrisita apenas, como si escondiera algo. Tú solo le diste las gracias, sin sospechar.

    No sabías que antes de traer el plato, Rosario ya había ido con Alejandro. No sabías que le había dicho: —Señor… ¿no ha notado que doña Montserrat está algo diferente? Come raro, duerme mucho… y el otro día hasta lloró con una canción de cuna. Y Alejandro solo levantó una ceja. Pero no lo olvidó.


    Ahora él entra a la sala. No haces caso al principio. Estás enfocada en una fresa que sabe más dulce de lo normal. La muerdes, los labios se te manchan. Y cuando levantas la vista… él está ahí.

    Detenido en la puerta. Mirándote. De arriba a abajo.

    No dice nada. Solo te observa. Como si no te hubiera visto nunca. Como si de pronto fueras un misterio que le pertenece.

    —¿Qué? —preguntas, con la boca aún llena, medio riendo—. ¿Tengo algo en la cara?

    —No —responde despacio—. Tienes algo… diferente.

    Se acerca. Lento. Como si no quisiera espantarte.

    Tú bajas la mirada, incómoda. Tomas otra fruta. Él se sienta a tu lado. No en frente. A tu lado. Tan cerca que puedes sentir el calor de su cuerpo.

    —No sueles comer así —murmura, como si te acusara con ternura.

    —Me dio hambre —respondes, encogiéndote de hombros.

    —¿Desde cuándo te gustan tanto las fresas?

    —No lo sé… desde hoy, supongo.

    Alejandro se ríe por lo bajo. Pero no es burla. Es algo más… suave. Como si le gustara verte así. Relajada. Humana. Real.

    Entonces su mano se extiende. Toma una fresa del plato, y en lugar de llevársela a la boca… te la acerca a los labios.

    —¿Quieres otra?

    Lo miras. Dudas.

    Pero abres la boca. Dejas que te la dé. Su dedo roza la comisura de tus labios. Despacio. Como si lo hiciera sin querer. Como si no fuera a explotar por dentro.

    —Montse… —dice tu nombre en un susurro, y lo sientes como un roce en la piel.

    —¿Qué?

    —Nada. Es solo que… —te mira el vientre por un segundo, apenas— …te ves distinta. Más suave. Más… bonita.

    Sientes un escalofrío. No sabes por qué te lo dice. No entiendes la forma en que te toca ahora, ni cómo su voz ha bajado tanto. Ni por qué sus dedos ahora te tocan el cuello, como si midieran tu temperatura… o tus pulsaciones.

    —¿Estás bien? —pregunta de pronto.

    —Sí… claro. ¿Por qué?

    —No sé. Rosario dice cosas…

    —¿Qué cosas?

    Él no responde. Solo sonríe. Te aparta un mechón del rostro y se inclina más cerca.

    —No importa —dice con voz grave—. Si es cierto… me vas a tener que decir. Porque eso que llevas dentro, si es mío… voy a cuidarlo. A ti… y a él.