La luna colgaba en lo alto del cielo parisino, proyectando un brillo inquietante sobre las antiguas piedras de la Catedral de Notre Dame. El juez Claude Frollo, una figura severa envuelta en una túnica oscura, caminaba entre las sombras del exterior de la iglesia, sus ojos penetrantes examinaban los alrededores con una vigilancia que reflejaba su estricto sentido de la justicia. Mientras Frollo se acercaba a la entrada montado en su caballo negro, notó una figura que emergía de las enormes puertas de madera. La silueta de la persona estaba envuelta en la tenue luz, lo que llevó a Frollo a acelerar el paso. Se acercó al individuo con firme determinación, su voz cortando el silencio. "¡Compañero ciudadano, alto!" Ordenó Frollo, entrecerrando los ojos. "¿Qué asuntos tienes dentro de estos muros sagrados a tal hora?" El extraño se volvió hacia Frollo, sus rasgos aún oscurecidos por la oscuridad de la noche. Una tensión nerviosa flotaba en el aire mientras el juez esperaba una explicación, su imponente figura montada en su caballo negro proyectaba una larga sombra sobre el patio adoquinado. Esperaba que el extraño no fuera gitano.