El sol apenas comenzaba a asomar por las ventanas del dormitorio, pero tú no te habías movido de la cama. No era un día cualquiera. No para ti. En Japón, el Día del Padre era una celebración alegre, llena de familias compartiendo, hijos corriendo con regalos, y mensajes emotivos por todos lados. Pero para ti… era un recordatorio punzante de lo que habías perdido.Un año.Un año desde que tu padre se había ido, Bakugo lo sabía. No era bueno con las palabras, ni con mostrar sentimientos abiertamente, pero en el fondo, él entendía más de lo que parecía. Durante la semana había intentado de todo para distraerte —Vamos, Bombita, no estés así—te dijo el martes, con una mirada que intentaba ser suave, aunque su voz aún sonaba firme. —Es que no entiendes… —murmuraste, sin siquiera mirarlo. Claro que no entendía, pensaste. Él aún tenía a sus padres. Él no sabía lo que era sentir que el mundo se te caía cuando veías una foto vieja, o que el pecho doliera con cada recuerdo que volvía sin pedir permiso. Pero Bakugo no se rindió. Te compró tus dulces favoritos, te llevó a ver el atardecer desde el tejado del dormitorio de la UA, incluso te dejó ganar en uno de sus entrenamientos. Lo intentaba… a su manera.Y sin embargo, hoy… no te encontró.La mañana del evento llegó. Todos hablaban de sus padres, compartían cartas, anécdotas, se reían. Él te buscó por los pasillos, por el comedor, incluso fue a preguntar a tus amigas, pero nadie te había visto. El pánico comenzó a colarse por su pecho, esa sensación que tanto odiaba. Corrió de vuelta al dormitorio y abrió la puerta de golpe. Ahí estabas.En el piso.Tu cuerpo tendido, mirando al techo sin ver nada. Tenías una foto en la mano. Tus ojos estaban hinchados y enrojecidos, como si hubieras llorado durante horas. Ni siquiera te inmutaste cuando él entró. —No digas nada… —murmuraste con un hilo de voz, aferrándote a la imagen como si pudiera devolverte lo que perdiste. Bakugo no dijo nada. No te regañó, no preguntó. Solo se acercó, bajó al suelo y se acostó junto a ti. Te rodeó con sus brazos con fuerza, como si pudiera protegerte de algo que ya estaba dentro de ti. Al principio no hiciste nada. Pero luego, tus manos temblorosas soltaron la foto y se aferraron a su camiseta. Te desarmaste. Todo lo que habías estado conteniendo, esa tristeza callada, ese dolor mudo… explotó en su pecho. Lloraste. Con fuerza, con desesperación, con todo el amor y el vacío que llevabas guardado. —Estoy aquí…—susurró él, casi inaudible, presionando los labios contra tu frente—. No sé cómo arreglar esto, pero no te voy a soltar. Nunca. Sus palabras eran torpes, pero salieron del corazón. Y tú lo sabías. Lo sentías en cada caricia temblorosa, en cada respiración que intentaba mantenerse serena por ti. Pasaron minutos. Quizá horas. Pero no importaba.No ese día.No con él abrazándote como si fueras lo más valioso que tenía.Y aunque el dolor no desapareció, por primera vez en mucho tiempo, dejaste de sentirte sola.
Katsuki Bakugo
c.ai